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Blues quijotesco y porteño

27/10/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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El primer blues es el de los lavabos de la estación de autobús. Una canción de amor y mugre tras las puertas reventadas. «Lástima que nunca ‘vallas’ a ver este mensaje. Te amo, Ulises». «Miguel y Yesenia, ‘felizes’». «Te quiero, Rubio». Y una pintada que aspira a clásica: «Y eres así a la espada parecida. Matáis más desnuda que vestida». Me suena, pero no quiero meter la pata y lo googleo: Quevedo. Un poema dedicado «a una dama hermosa. Entre rota y remendada». Como la mayoría, pienso.

Me hace gracia, porque Quevedo fue vecino a regañadientes del autor por el que vengo a León: Miguel de Cervantes. Aunque, más que a hablar de él, vengo a hacerlo de lo que Eduardo Aguirre ha escrito sobre él, porque me ha invitado a presentar su Blues de Cervantes. Él sabrá.

Aguirre muestra la relación de Cervantes con la pobreza y el uso del humor para resistir las dificultades. Cervantes fue el niño que vio cómo detenían a su padre por deudas, el casado que pagó tarde la dote de su boda, el hermano que no pudo costear el entierro de una hermana y el escritor socorrido en la vejez por el conde de Lemos. Algo sabía de pobreza. Como Dickens, dice Aguirre. Como Chaplin, que se comía una bota en La quimera del oro. Sólo el que ha pasado hambre de verdad sabe que el cuero se puede comer.

Sigo con los lavabos: «La realidad, una ilusión. El universo, un holograma». Uy, ojalá. «Mi corazón es tuyo». Vaya, qué responsabilidad. Y, junto a otros nombres y corazones, un pene con alas. Un miembro artístico y contundente, como dibujado por un Miguel Ángel con rotulador.

Estos lavabos, me digo, reciben a los visitantes que llegan a la ciudad. También en estos últimos meses de su capitalidad gastronómica. Bienvenida de lujo.

Cojo un taxi y llega otro blues. El taxista es argentino, de Buenos Aires, pero leonés de adopción. Vaya cómo está la cosa por allí, comento. Mi madre, me cuenta, cobraba en pesos una pensión que aquí serían unos seiscientos euros. Ahora son cuatrocientos. Mi hermana y mi cuñado, con una nena, están los dos en paro.

El suyo es un blues porteño; es decir, un tango. El nuestro, con lo que ha caído y lo que queda, un blues quijotesco. Pero oye, siempre habrá quien diga que los bares están llenos. Pues claro.
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