'Bizcochito' y los cintos de cuero

Alejandro Fernández es para todos Bizcochito, un tipo tan entrañable como imprescindible en el mundo de la lucha leonesa pues es quien hace el elemento imprescindible para competir, los cintos; aunque también hace sus pinitos con otros inventos salidos de trabajar el cuero

Fulgencio Fernández
26/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Un tipo entrañable este Bizcochito de Cofiñal. O «Alejandro el de los practicantes», pues su padre fue muchos años practicante de Lillo y su comarca, «y lo había sido el abuelo en Boñar y el bisabuelo... Pero yo no, lo de estudiar, pero bueno lo es mi hermana para seguir la tradición».

Lo cuenta Alejandro mientras anda de tertulia en Redipollos con Bernardo el de Villarmún, el histórico luchador, «que me casé para la montaña y aquí quedé atrapado, con la nevada».

Bizcochito también hizo sus pinitos en la lucha, «como en lo de practicante, no llegué, ya me hubiera gustado ser como Bernardo». Y el de Villarmún le hecha una mano: «Eres de los más importantes, haces los cintos y sin cintos mal estaría la cosa para poder celebrar corros».

Cierto. Alejandro hace los cintos con los que se agarran los luchadores, son esa parte oculta de las tradiciones, como los que hacen los bolos, los palos para los pendones o las castañuelas, como Federico Laiz, que este sábado aparecía en este periódico.

- Fue por los años 90 cuando empecé. Se aprobó una norma según la cual cada luchador tenía que acudir a los corros con su propio cinto, para no poder tiempo, pues antes uno se lo pasaba a otro... y con unos pocos se arreglaba todo el mundo.

Alejandro estaba entonces en la Residencia de San Cayetano e iba a clases de lucha con El Che. Surgió la conversación «y como a mí me gusta lo de trabajar el cuero y creo que no se me da mal, le dije que me diera uno de modelo y en poco tiempo ya había hecho diez. Todavía conservo dos, como recuerdo».

Y siguió haciendo. Después para otros compañeros, para algunos clubes como el entonces llamado Villabalter, el suyo de Montaña del Porma... «me puse y le cogí gusto; tanto que cuando me llamaste para el reportaje te dije que no tenía y me puse a buscar por los armarios y había veinte o treinta».

Poco a poco fue mejorando la técnica, buscando cueros más suaves, tapando con resina los cosidos para que no se deshilachen... «y sobre todo haciendo fuertes las hebillas para que no se pasen, que cuando dicen en los corros que se ha roto el cinto lo que realmente ocurrió es que se pasó la hebilla, con eso hay que tener mucho cuidado.

- ¿Y lo de Bizcochito?
- Fue Pedro Llamas, que es un perro. Estaba yo trabajando en Ponferrada en las obras y desayunaba siempre en el mismo bar y les llamaba a las camareras ‘Bizcochita’; entonces ellas empezaron a llamármelo a mí, fue Pedro a hacer un trabajo y fue conmigo al bar, lo escuchó...

Y en un corro de la Liga de Invierno en Mansilla el bueno de Alejandro se encontró con que los chavales del equipo le animaban con «¡Venga Bizcochito!» mientras Pedro Llamas reía... Y se quedó para siempre.

No le molesta, pocas cosas le molestan a este montañés abierto, trabajador aquí y allí. «En los últimos años por el invierno estoy en la Estación de esquí de San Isidro y por el verano en las brigadas de incendios de Camposagrado; y voy acabando la casa con mis manos, voy a los trabajos que van saliendo, hago cintos...».

Uno de esos trabajos que «van saliendo» fue podar un gran árbol en el casa de una amiga, en León. «Era más alto que mi casa y no tenía libertad de movimientos por las paredes cercanas... e inventé un arnés para manejarme, también con la base del cuerdo. Una pieza ancha, con dos cintos de los de la lucha, en los que colocó ganchos y cuerdas para sujetarme yo al árbol y para poder subir y bajar la motosierra sin llevarla conmigo y sin peligro. Total, que podé el árbol y aquí sigo trabajando el modelo».

Como sigue trabajando en otro parecido pero en este caso pensado para que sea más fácil «llevar los pendones, que no cueste tanto trabajo... Ya tengo la idea pero dame tiempo».

Vale. Seguramente en una tertulia en Redipollos o Cofiñal llegue la idea a este tipo risueño y abierto al que sólo se le borra la sonrisa al recordar el sentido minuto de silencio que se guardó en el corro de Boñar en memoria «de mamá, que sólo tenía 56 años».
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