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Bipolares ante el odio

24/05/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Cada vez estoy más convencido de que vivimos en un país bipolar. Quizás no sea exclusivo de nuestra tierra patria y haya más naciones donde la sociedad actúa de maneras contradictorias ante los mismos estímulos. Aunque seguro que no somos tan especiales y dicha bipolaridad también se manifiesta en otras latitudes.

Cuando pensábamos que habíamos protagonizado un importante avance en la erradicación del odio, resulta que era un espejismo. O lo que es peor, hemos caído en la farsa de no tolerar ciertos odios y dejar pasar otros por la puerta de atrás con el comodín del público llamado libertad de expresión, ironía o arte.

Ahora que después de muchos esfuerzos se está consiguiendo alejar el odio y la violencia verbal de los estadios de fútbol, parece que no importa que esté presente en otros escenarios con sillones de cuero y tribunas de madera, en vez de sillas de plástico y una alfombra verde de césped. ¿O es que no es odio llamar mono a un jugador negro, acordarte de las madres de los futbolistas asignándolas una profesión de medias negras, falda corta y escote largo o utilizar de manera despectiva ciertas orientaciones sexuales como insulto? Para un servidor eso es odio. ¿O es que esos insultos no son el germen de una violencia que puede ir mutándose de palabras a hechos?

Cuando se está consiguiendo desterrar y denunciar la violencia verbal ejercida por hombres hacia mujeres que tan presente ha estado en nuestra sociedad, e incluso amparada y escondida bajo supuestas tradiciones y valores culturales, parece que no importa que insultos de todo tipo salgan de las fauces de nuestros políticos. Creía que habíamos llegado a interiorizar que cuando un hombre llama a una mujer zorra o le dedica otro tipo de lindeces, eso es odio manifestado a la máxima expresión. Además, de que en muchas ocasiones es el preludio de la violencia física y en los casos en que por suerte el agresor no pasa de las palabras, dichas sílabas escupidas por desalmados duelen igual o más que una bofetada o una patada.

¿Qué pasaría en nuestro país si un político publica un documento en el que llama a las mujeres bestias, hienas, víboras y carroñeras? ¿Alguien lo entendería como ironía? ¿Algún valiente enarbolaría la bandera de la libertad de expresión para justificar dicha agresión? ¿Esas palabras no destilan odio desde la primera sílaba a la última? Quiero creer que la sociedad en masa, e incluso sus compañeros de partido, le pedirían una disculpa pública y luego su dimisión. No hay justificación para esos insultos, vengan de un político, un rapero o un tuitero.

Nos guste o no el lenguaje tiene un poder infinito. La evolución de miles de años nos ha permitido a los seres humanos desarrollar esta característica, que precisamente nos diferencia del resto de bestias del reino animal, porque hablemos o no seguimos siendo animales, eso sí, unos más que otros. Y fíjense si son poderosas las palabras que cuando utilizamos una general que engloba sexo femenino y masculino parece desactivar todas las alertas que habíamos interiorizado socialmente en los últimos años para alzar la voz y decir basta ante la utilización del lenguaje como arma para deshumanizar a los que no piensan como uno quiere, provienen de otros países o tienen cierta orientación sexual.

Por esta razón digo que vivimos en un país y una sociedad bipolar, porque cuando un político llama bestias, hienas, víboras y carroñeras a las personas que hablan castellano en Cataluña no se sacan las pancartas a la calle y se organizan manifestaciones y se consigue que el hashtag ‘#nosomosbestias’ sea ‘trending topic’. Que yo sepa, entre esas personas a las que se refiere el impresentable Quim Torra hay mujeres, hombres, heterosexuales, homosexuales, lesbianas, blancos, negros… Aparte de los políticos de la oposición, que dudo si actúan bajo principios morales o sólo electorales, ¿dónde están las movilizaciones de todo tipo de colectivos para mostrar su rechazo ante estos insultos que destilan xenofobia y supremacía? Ni están ni se les esperan.

Es lamentable pero parece que cuando te insultan y te odian como parte de un todo, lo asumimos sin que se nos hinche la yugular y nuestros ojos se salgan de sus órbitas. No sé ustedes, pero a mí personalmente me da vértigo la involución de la democracia en nuestro país en la que un presidente de una comunidad autónoma puede insultar, menospreciar y deshumanizar a los que no piensan como él, mientras que la ciudadanía no inunda las calles para decir basta ya.
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