13/03/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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Dicen que todos los que seguimos el deporte del pelotón llevamos un entrenador dentro, con sus ojitos derechos, sus fobias y sus decisiones unas veces brillantes, otras incomprensibles. Tras el partido del sábado, estoy convencido de que los 5.000 entrenadores que poblaban las gradas del Toralín, además de rendirse definitivamente a Rubén Sobrino, también tuvieron tiempo para hacerle un hueco en su corazón a un jugador que tras seis meses desaparecido, por fin demostró su mejor versión.

Se merecía Tete un partido como el del domingo. Ya había dado alguna pequeña muestra de lo que es capaz, pero hasta la fecha siempre se había equivocado de escenario. Difícil brillar en los fracasos. En la derrota de La Romareda, el extremeño revolucionó el partido en la segunda parte y fue de lo poco salvable de aquella debacle (4-1). Le pasó lo mismo la semana pasada en el Carlos Belmonte. Suya fue la asistencia del gol de Jonathan Ruiz, un centro con el exterior que ponía las tablas de forma momentánea.

A la tercera fue la vencida. Va a ser verdad que lo bueno viene en frascos pequeños. No importa lo que ponga en su ficha, ante el Girona, Tete fue un gigante. Su movilidad en la línea de tres cuartos fue una continua pesadilla para la zaga gerundense, que solo acertaba a detener en falta los slaloms del extremeño, quizá ese fuera su único lunar.

Es difícil encontrar en la Segunda División un jugador capaz de conducir el balón con la precisión y velocidad de Tete, una virtud que a veces le lleva a tardar en combinar con sus compañeros, aunque es justo recordar que esta falta de entendimiento es perfectamente achacable a la falta de ritmo de competición, un déficit de minutos que a buen seguro irá reduciendo si mantiene el nivel mostrado ante el Girona. Bienvenido, Tete.
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