09/10/2022
 Actualizado a 09/10/2022
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Te damos la bienvenida. ¿Qué bienvenida? ¿Bienvenida a dónde? Y el ordenador responde: aquí, a tu puesto de trabajo, a tu lugar de intercambio de información, a tu canal para el apareamiento, a tu filtro con la realidad. Este recibimiento cortés por la venida o llegada feliz a algún sitio cobra otra dimensión cada vez que le das al ‘on’ en una computadora gobernada por Bill Gates.

Bienvenida se da cuando arribas a un sitio al que quieres llegar. Cuando te reciben igualmente bien porque están deseando que te presentes allí. Así que tal vez habría que cambiar el mensaje de idem, desechar la propia noción del mismo y sustituirla por algo así como un: «Qué, ¿otra vez de vuelta por aquí?».

Queda meridianamente claro que nadie quiere estar más tiempo del necesario delante de una pantalla. Que cuando se produce esa situación es porque buscamos tapar o suplir algo que nos falta, ya se trate de una mensualidad, de una falta de información, de unos miligramos de dopamina o de un poco de casito por alguien que no nos odie. Otra cosa es que la idem se complique, pasen las horas y nos demos cuenta de que ha transcurrido un tiempo excesivo que bien podría haber sido aprovechado en tareas como, qué sé yo, tirarle piedras a un árbol.

Las pantallas de inicio, las fotografías de lugares calmados, las frases motivacionales… Cosas que van pasando delante de nuestras narices cada día, todos y cada uno de nuestros días, antes de entrar el faena. Nadie se libra: hasta un ebanista que lleva décadas conociendo algo tan matérico ha de pasar por el inevitable ‘ctrl alt supr’ en una suerte de gimnasia moderna que heredarán los hijos de nuestros hijos vía genética y refinarán en un proceso ‘darwiniano’.

«El trabajo os hará libres», podría poner, ya que estamos, la ventanita de inicio. O el «no olvides que estás aquí para siempre» del Sr. Burns.

Todo esto nos lleva a un vídeo, el de Bill Gates y Steve Ballmer bailando con menos gracia que Robocop en una caseta de la Feria de Abril, junto a otros ejecutivos de Microsoft en el lanzamiento de alguna edición de Windows. Hay quien señala esa danza –desacompasada, tierna, opulenta y triste– el final de la civilización. El momento en el que los patrones habituales de supervivencia se pervirtieron y la cosa cambió.

Nada más lejos de la intención de un vil redactor el pretender lanzar una campaña ludita (por aquel mitológico Ned Ludd que empezó a pegar fuego a las máquinas de la fábrica, al considerarlas responsables de su miserable situación) contra nuestros maravillosos aliados informáticos. Pero, ¿a que es verdad que a veces dan ganas de dejar caer el café en el teclado?
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