13/01/2019
 Actualizado a 13/09/2019
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Volvemos a las andadas: nuevo trimestre escolar y viejos problemas con la clase de Religión Católica (y se entiende que, por extensión, las de otras). Otra vez la ideología del PSOE (suponemos que con el beneplácito de muchos de sus aliados coyunturales) se hace afán por lanzarse al abordaje en el campo de la educación. Y en concreto en la materia de formación religiosa (y huyo de decir «educación», porque enseguida la ministra Celaá se agarraría a interpretar que eso es «catequesis» camuflada). Y es que en el ADN original, incubado en el nial de Pablo Iglesias, estaba claro que toda referencia a una existencia con dimensión trascendente, o sea, a la pervivencia del ser humano más allá de la muerte física, era claramente alienante. Había llegado la hora, y en esas siguen, de librar al pobrecito creyente de sus errores monumentales, que no hacen más que, por un lado, condenarlo a ser un desgraciado que se va a encontrar con la frustración total de sus expectativas y esperanzas, y, por otro, a ayudarle (y esto sería una de las facetas del presunto progresismo) a que mire más a la tierra, se haga callos con las manceras del arado y se deje de proyectar a un futuro etéreo sus sinsabores terrenos esperando que, por arte de magia, se conviertan en gozo y disfrute sin término. No hay cielo ultraterreno; trabájese aquí por el paraíso... del proletariado. ¡Qué afán redentor! Tal vez aquí esté la fuente de esa tendencia al totalitarismo estatalista, que busca hacerse dueño y señor de vidas, haciendas, industrias, transiciones ecológicas… y hasta de las nuevas generaciones (¡huy, lo que me ha salido!), quiero decir, de los párvulos que, arrebatados a la responsabilidad de sus padres, tutores obligados por ley natural, deberán terminar siendo ciudadanos dóciles, por bien domesticados o, si quieren, por perfectamente adoctrinados. Como si no tuviéramos ya en la historia contemporánea miles de truculencias deshumanizadoras, protagonizadas por idénticas o similares ideologías y por similares o idénticas medidas.

Acaban de llegar y, aunque en su arribada dejaron muchos pelos en la gatera, se lanzan a hacer en siete meses lo que otros no hicieron en siete años; entre otras cosas, arremeter contra los espacios cívicos donde aún tiene la cuchara metida el más alto enemigo que vieron los siglos que se llama Iglesia Católica, como son la clase de Religión y la enseñanza concertada. Con estas y otras decisiones, solo les falta proclamar que en España empieza a amanecer. A que no se atreven.
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