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Biden y el nuevo mundo

14/06/2021
 Actualizado a 14/06/2021
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Es normal que aún creamos en la política cercana, y que sintamos esa inigualable sensación de que aún manejamos los hilos. No ya en la política local, sino en la nacional, que aparenta ser muy doméstica. Sin embargo, perdemos extraordinariamente el tiempo. El equilibrio entre globalidad y el populismo localista, que propugna el proteccionismo y un patriotismo (o patrioterismo) que pretende ignorar al resto del mundo, tal vez sea la solución del futuro. Pero ese punto de síntesis está aún muy lejos de nosotros.

Al contrario, las posturas se han extremado. Las democracias liberales sufren un tremendo desafío en el mundo de hoy. En lugar de buscar un acercamiento de posturas, la moderación se dibuja como sospechosa de blandura y buenismo, y no son pocos los que intentan desprestigiarla. Y el lenguaje intimidatorio, no sé si alimentado por esa agresiva atmósfera que a menudo se respira en las redes, se ha ido imponiendo. Un mal camino.

Nos encontramos en un momento de enfrentamiento, de redefinición. Visto con cierta perspectiva, lo que sucede a nuestro alrededor se parece cada vez más al ruido mediático, pues la realidad se dirime en las pantallas, pero no tiene pinta de que vaya a solucionar nada. La política se complica cada mañana, como si ese fuera su verdadero objetivo. Lo mismo que las tertulias televisivas parecen complacerse en la lucha de contrarios, pues la polémica y el morbo son alimento imprescindible, así también parece desdeñarse la política de los acuerdos.

Todo ello conlleva una producción masiva de propaganda y eslóganes, toneladas de declaraciones y presencia en los platós, confirmando que, en efecto, todo depende de lo que las pantallas (las que sean) emiten sin cesar. El resultado es quizás muy atractivo mediáticamente, pero no tanto desde el punto de vista político. Habría que separar el hecho publicitario, la construcción del relato, del verdadero meollo de la realidad. Hablar de una cosa no supone abordar la cosa propiamente dicha, sino merodear en torno a ella. Lo mismo que la publicidad de un producto no habla necesariamente de ese producto, sino de la imagen que quieren que tengamos de él.

La cantidad de frentes abiertos que presenta la actualidad no es inhabitual, pues el ejercicio de gobernar es extraordinariamente complejo. Lo que llama la atención es que esos frentes abiertos tiendan a persistir, a perpetuarse, en lugar de cerrarse de una vez, o en lugar de sustituirse por otros. Hay un cierto empecinamiento en igualar la acción política a esa batalla de contrarios aparentemente sin final, como corresponde a las historias de Scherezade, que debían continuar más allá de la noche. Como si el relato inconcluso fuera el verdadero andamiaje que nos sujeta y que sujeta sobre todo a los políticos. Si faltara relato, el horror al vacío nos haría sufrir.

La mayoría de los asuntos que deben resolverse, que son del interés ciudadano, dependen en realidad de instancias que no podemos controlar. Está bien vivir en la ilusión de la cercanía, pero rara vez puede arreglar más que pequeñas fallas, parchear algunas situaciones: lo vemos sin cesar. Lo importante está cada vez más lejos de nosotros. El populismo localista quiso romper con lo que consideraba elites intelectuales con su propia agenda, que, según ellos, decidían por el pueblo con una apariencia democrática.

Se presentó como una rebelión de la base (en Estados Unidos, granjeros y población rural del medio oeste, por ejemplo), y el resultado fue la creación de otra elite, más caprichosa e infinitamente menos ilustrada, que reducía las decisiones a un peligroso maniqueísmo desinformado. En general, el adelgazamiento de la cultura y el desprecio por el conocimiento producen más daño en la gente más desfavorecida. Como suele decirse, si crees que la ciencia y la educación son demasiado caras, prueba con la ignorancia.

Inevitablemente, España tiene que entenderse en el contexto europeo. No me parece mal, pues, a pesar de los obstáculos y las equivocaciones, Europa sigue siendo una creación política brillante, inacabada, sí, y difícil de manejar, más con tantos rivales acechando a sus puertas. Pero la vieja Europa es todavía una referencia en la construcción de las democracias modernas, y ese estilo, quizás en exceso burocrático, también permite que no aparezcan liderazgos excesivos. No creo mucho en los mesías dispuestos a salvar a un país, o a un continente. Y aunque es verdad que Europa fue salvada en el siglo XX, y a ello contribuyeron personalidades singulares, no es menos cierto que las circunstancias actuales han demostrado que los liderazgos fuertes se ejercen desde la diversidad y el trabajo en equipo, desde la mezcla de inteligencia y flexibilidad, no desde el ejercicio unipersonal, egocéntrico, narcisista, del que se cree salvador de las esencias y otros embelecos.

Esa cierta grisura en la dirección de Europa (por más que Merkel, ya en retirada, y Macron, se lleven cierto protagonismo) no me parece tan mala como les parece a otros. ¿Prefieren un protagonismo mediático a la manera de Boris Johnson, obligado a vender a los suyos las bondades del ‘brexit’? No tengo interés en los gobiernos que hablan alto, sino en los que hablan bien. Claro que, a veces, la propaganda tiene que sustentar el edificio de la realidad. Y ahí empieza lo malo.

Biden ha viajado a Europa estos días para restañar las heridas dejadas por la administración Trump, que pertenecía a esos supuestos liderazgos de nuevo cuño que desprecian la complejidad y prefieren el maniqueísmo. Trump nunca tuvo una buena relación con Europa, que ahora, sin embargo, es contemplada por Biden como una entidad política necesaria para construir el mundo que viene. La cumbre de Cornualles no solucionará mucho, de momento. La pandemia nos ha empobrecido, aunque, por ejemplo, ha aumentado el interés por la ciencia. Es sólo una toma de contacto de un presidente que debería diseñar la transición hacia un mundo menos polarizado. Sin embargo, Biden llega no sólo para recuperar la confianza que Trump dejó por los suelos, sino porque sabe que el orden mundial está variando a gran velocidad y esa es una variable que no puede obviarse.

Lograr que el mundo colabore en grandes retos, como los derivados de la agenda verde y las nuevas energías, es una tarea colosal, pero es la tarea. Todo el engranaje político que nos distraiga de la preservación de la especie y del planeta puede parecer redundante, pero no lo es. Biden sabe que el nuevo mundo sólo puede estar interconectado y que nada puede hacerse sin tener en cuenta a los demás. Algo tan complejo como apasionante.
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