25/08/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Siempre he sido despistado. Andaba yo estrenando mi segundo periodo vacacional en el paraíso redipollejo y se me olvidó uno de los escalones que hay al salir del bar de Esme, por lo que tengo las rodillas absolutamente desguazadas, igual que las de los enanos que andan en verano por los pueblos a toda velocidad con sus bicicletas y que besan el asfalto cada dos días y el del medio. Aunque sólo sea por unos días, lo cierto es que da gusto sentir que los pueblos están vivos.Sé que es un sentimiento efímero, puesto que en breve volverá el silencio a sus calles, pero también muy reconfortante. No está de más inculcar a los más pequeños las bondades de veranear en el pueblo, aunque con los cada vez más tempranos inicios de la edad del pavo rápido aparcarán sus bicicletas para pasar las tardes sentados en alguna terraza con buena conexión a internet. Además de caídas, heridas, juegos y risas, el pueblo también aporta buenas lecciones a los más jóvenes de esta nuestra sociedad. No eran pocos los que el otro día contemplaban con inquietud cómo las llamas devoraban una casa en Redipollos y cómo uno de sus vecinos resultaba herido tras ser golpeado por el camión de los bomberos. Obviando la dejación de funciones de no pocos gestores de la cosa pública en materia de extinción de incendios, lo cierto es que el incendio sirvió para ver que todos los vecinos se echaron a la calle para ayudar en lo que fuera necesario, con independencia de que tuvieran más o menos relación con la familia afectada. Es por tanto en los momentos complicados cuando hay que anteponer lo que nos une a lo que nos separa. Y buena nota habrían de tomar los que en este momento siguen tratando de resolver el sudoku de la cosa pública. Háganlo, aunque sólo sea para no dejar un país en estado comatoso a esos pequeños que hoy corren en bicicleta.
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