18/01/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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Cuando era joven, más joven, Konrad Lorenz, padre de la etología marcó mi camino. Leí su magnífico libro que lleva por título ‘Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros’. En él, y de manera sencilla, explicaba como acercarse al entendimiento del comportamiento de lo vivo que nos rodea. No analizaba a los animales como a iguales, pero sí que dejaba claramente manifiesto que solo desde el respeto hacia ellos se puede vivir con dignidad tu propia vida. Nació y murió en Viena, ya no está con nosotros, pero si lo estuviera bien nos vendría hoy para intentar explicar el modo de actuar de ese cobarde, pusilánime y cagón, que se ha comportado como una bestia, un acémila, bárbaro, bruto, cafre, patán, ignorante, zafio y desvergonzado, que ha sido capaz de disparar a dos ejemplares de cigüeña blanca en uno de los pueblos del alfoz leonés. Esta especie de ave siempre ha estado ligada a la actividad humana, siempre ha acompañado el desarrollo de pueblos y gentes, y siempre ha gozado de un respeto y tolerancia como pocas otras, o ninguna, ha tenido. Cuando el hombre se aleja de la naturaleza pierde su verdadera esencia y se convierte en un autómata que trabaja, come, caga y duerme. Este pudiera ser el resumen de la vida del energúmeno que se ha atrevido a mostrar un comportamiento indigno, vil, despreciable, abyecto y deshonroso, matando a esas cigüeñas. Si aún tuviéramos al Nobel etólogo con nosotros, quizás él fuera capaz de hablar con esa bestia y exprimir sus dos neuronas (más no tiene) y así entender como alguien puede ser tan cobarde como para apuntar y disparar como él lo ha hecho. Ahora vendrán las investigaciones, detenciones, recriminaciones y posibles sanciones, pero pronto olvidaremos el hecho de como éste y otros tantos matan y exhiben sus presas. Quienes matan una cigüeña, un lobo, un oso, un urogallo, quienes talan un viejo árbol o plantan uno nuevo que hace daño, pero también quienes los aplauden, son la bazofia que colma los estercoleros de nuestro camino.
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