Besos y cascabeles para Eva del Riego Villazala

En su obra personal, le dolía la mujer, la naturaleza, nuestra profunda relación con el mundo, y sus obras no eran solo lienzos sino historias escritas en imágenes que en ocasiones acompañaba con breves reflexiones, aunque siempre decía que la palabra no era lo suyo

Mercedes G. Rojo
17/08/2021
 Actualizado a 17/08/2021
La escritora Mercedes G. Rojo y la ilustradora Eva del Riego con el gato en Castrillo de los Polvazares.
La escritora Mercedes G. Rojo y la ilustradora Eva del Riego con el gato en Castrillo de los Polvazares.
Hay días en los que este oficio de escribir que he elegido para esta nueva etapa de mi vida se me hace especialmente difícil, días en los que las palabras se agolpan en mi cabeza queriendo brotar a borbotones y quizá por ello se ponen unas a otras la zancadilla, impidiéndose entre ellas mismas encontrar un camino lógico y ordenado para mostrarse al público lector, quizá a sabiendas de que van a ser incapaces de transmitir todo lo que me gustaría contar (de ella, sobre ella); días en los que la vida te da tal mazazo que te deja sin palabras y solo quedan un nudo en la garganta, muchas ganas de llorar y una rabia inmensa ante la que de nada sirve revolverse porque por mucho que lo hagas ya nunca podrás cambiar el rumbo de la misma; días, como hoy, en los que –ante una iglesia abarrotada de gente, con la calle llena de personas que, bajo un abrasador sol de agosto, se agolpaban para darle el último adiós a quien, a pesar de su carácter tímido y discreto, tanto dio – te sientes impotente y solo puedes pensar en la idea de que no llegaste a tiempo de darle el último abrazo con que acompañarla allá donde quiera que se haya ido.

Hablo de Eva del Riego Villazala una de las pintoras más poderosas con la que en los últimos tiempos me he encontrado, pero sobre todo hermosa mujer – por dentro y por fuera– y gran amiga, que nos ha abandonado para siempre un tórrido viernes trece de agosto (tal vez sea verdad que las fechas tienen sus propios y particulares significados). Me obligo hoy a escribir estas líneas en memoria a ella porque no quiero que mi silencio prolongue esa despedida física que no pude darle; me obligo, porque su ausencia me duele tanto que si dejo esta despedida para más adelante, incapaz de compartir todo lo que me ha dejado dentro, temo que llegue a enquistárseme en el corazón. Es algo que suele ocurrirme desde siempre en torno a las personas que más quiero. Recibí la noticia de su muerte cuando estaba a punto de emprender viaje a Castrillo de los Polvazares, lugar en el que nos conocimos hace apenas seis años, por cuestiones relacionadas con el arte, que fueron las que primero nos unieron. Puede parecer un corto periodo de tiempo, pero durante ellos compartimos muchos proyectos y una particular amistad. Entre ambas manteníamos un par de bromas de las que a menudo nos reíamos. Desde nuestro primer trabajo juntas, ‘La leyenda del gato maragato’, a ella le dio por llamarme «mamá gatuna» mientras se autodenominaba «tía gatuna», nada más oportuno para expresar ese vínculo casi de hermanas que a partir del personaje fue surgiendo entre nosotras aunque yo siempre he tenido claro (y así se lo repetía siempre que tenía oportunidad para ello), que nuestro gato maragato no hubiera sido el mismo si ella no lo hubiera soñado (y plasmado) tal como lo hizo. Después, de su mano, llegarían otras historias y otros personajes. Para cada uno de ellos, Eva supo encontrar el camino artístico más adecuado para darles vida, para compartirlos con el público que les esperaba. Y todo ello –y aquí viene la segunda broma entre nosotras– a pesar de que nunca se atrevió a considerarse ilustradora. Por ello, cuando yo me refería a ella a través de los libros que ella me había ilustrado lo hacía dirigiéndome a mí «no ilustradora». Fueron tres, pero podían haber sido muchas más, porque las historias están ahí, aunque ambas necesitábamos madurarlas y ella encontrar para cada una el estilo que su sensibilidad y su arte verdaderamente le pedían en función de las características de cada una de ellas. Y junto a estos proyectos vinieron otros, como la ilustración del libro de relatos ‘Nuevos Cuentos Castellanos Viejos II’, de Felicitas Rebaque, donde, en uno de ellos, refleja a la protagonista enfrentándose a una terrible enfermedad a través del arte, tal vez como si de algo premonitorio se tratase. En su obra personal, le dolía la mujer, la naturaleza, nuestra profunda relación con el mundo, y sus obras no eran solo lienzos sino historias escritas en imágenes que en ocasiones acompañaba con breves reflexiones a pesar de que siempre decía que la palabra no era lo suyo. Cada una de sus piezas (especialmente las de la colección ‘De piel y savia’) es capaz de removerte por dentro, de hacerte pensar, sentir, de empujarte a buscar en ella las respuestas a las preguntas que a menudo nos planteamos aunque no siempre seamos conscientes de que así lo hacemos. Aún recuerdo como, parado ante una de esas obras de la colección que acompañó la exposición ‘Impares’, montada por la comisaria de arte Isabel Bettina Caparrós en Madrid y en Córdoba, el director del Museo de Arte Contemporáneo de esta emblemática ciudad, se interesaba especial y particularmente sorprendido por ella. Impresionante también la visión del mundo de la mujer que a través de la interpretación de la vida y obra de Concha Espina, realizó para la exposición con que un numeroso grupo de artistas leonesas le rindió homenaje a esta. Y qué decir de la preciosa serie de dibujos con la que cada día daba las gracias y un mensaje de ánimo, a través de su facebook, a los diferentes protagonistas que nos ayudaron a salir adelante durante el primer confinamiento de esta dura pandemia a la que llevamos casi dos años enfrentados. Y es que Eva del Riego era así, siempre anteponiendo el bienestar de los demás por encima del suyo propio, siempre preocupada por quienes tenía cerca, pero también por la humanidad en general. Desde su rinconcito, desde su humildad.Ahora, se nos ha ido tal como vivió, discretamente; sin querer hablar de sus dolencias, sin perturbar a quienes la queríamos pero que no convivíamos con ella. Porque… nunca le gustó «molestar».

A pesar de todo el momento de su adiós definitivo corrió como la pólvora y la abrasadora tarde del sábado (a mí memoria solo llegan días de sepelio que se alternan entre el clima más extremo que va desde un sol de justicia cayendo a plomo, inexorable sobre los acompañantes de la persona fallecida, a un frío atroz e inoportuno, acompañando de nieves y de lluvias irredentas….) se llenó de familiares, vecinos, amigos, que se acercaron a esa iglesia cuya torre le sirvió de modelo para las ilustraciones de nuestro último trabajo conjunto para darle el último adiós. Entre nosotras quedaron muchos proyectos aún por realizar, algunos de los cuales aún no se habían ni siquiera llegado a verbalizar entre ambas, pero que estaban a la espera para dar a conocer más y mejor su obra, de la que tanto trabajo le costaba desprenderse. Su camino en el mundo del arte estaba apenas comenzando y un terrible cáncer (la enfermedad aún tantas veces innombrada) se la llevó para siempre. Nos queda su obra, el recuerdo imborrable de la sonrisa tímida que regalaba a manos llenas y la ternura de su mirada posándose sobre todo aquello y quienes verdaderamente le importaban.

En mi caso, ya forma parte de mí para siempre, y cada vez que la tarde se llene de trinos en el patio del lugar donde nos conocimos, cada vez que mire al cielo nocturno buscando en la estela de la Vía Láctea el rastro de nuestra particular constelación del gato maragato, sabré que la estrella que más brilla de entre ellas es la de Eva disfrutando de las historias que ambos tendrán que contarse.

Querida Eva, no dudes de que seguirás formando parte de nuestro corazón. Qué sean estas palabras un ¡hasta siempre, compañera! Y como tú nos decías continuamente, besos y cascabeles.
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