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Bertos, un niño autista

10/04/2022
 Actualizado a 10/04/2022
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Como todos los años, el dos de abril se celebró el Día Mundial del Autismo. El siguiente relato es un sentido homenaje a todos los niños autistas que en el mundo son.

Érase una vez, en la antigua Grecia, la historia de Bertos, un niño autista. Vegetaba ausente y solitario como absorbido por una fuerza misteriosa. La afasia era la causa fundamental de su ensimismamiento y falta de capacidad intelectual. Aunque entendía parte de lo que oía, a la hora de expresarse lo hacía mediante gestos o monosílabos. En aquel ambiente fuera de la normalidad, Bertos se sentía enormemente feliz, aunque lo fuese como único huésped pertrechado en una fortaleza vacía y abandonada. La música era lo único que le ligaba a la realidad. Su melomanía discurría al margen de los vicios, defectos y calamidades cotidianas, liberándolo de responsabilidades. Cualquier antojo le era inmediatamente satisfecho. Creía que los barcos anclados en el puerto de El Pireo eran suyos. Se sentía un gran señor al que todos sonreían y respetaban. Poco o nada perturbaba su felicidad.

Crito, su único hermano, que le adoraba y oficiaba en el comercio por el Egeo, se empeñó en sacarlo del desvarío. Los padres de ambos habían perecido víctimas de la devastadora peste del 429 a. C. Para despejar las tinieblas de la mente de Bertos, Crito decidió llevarlo a consulta de los mejores médicos. Acudió primero al célebre Galeno de Pérgamo, luego Antínoco de Beocia y a Mirtilo de Tracia. Sus diagnósticos coincidían respecto al lunático Bertos en que sólo tendría curación cuando el hombre pusiese los pies en la Luna y desvelase el enigma que iluminaba las noches, levantaba la vista y el aullido de los lobos e impulsaba el ascenso y descenso del agua de los mares. Descartada esa posibilidad, Crito decidió visitar al insigne botánico Dioscórides de Cilicia del que se decía poseer remedios milagrosos. Estas hierbas –apuntó el herbario– han de ser suministradas con sumo cuidado, pues una menor dosis las haría inocuas y su abuso podría ocasionar incurable verborrea. Poco a poco, Bertos fue recuperando el juicio. A ello se añadió la labor del logopeda Dalmacio de Queronea, gracias al cual Bertos acabó articulando adecuadamente el lenguaje, del mismo modo que componía dulces melodías para su flauta de Pan.

Alcanzada, merced a las hierbas salutíferas, la plena capacidad intelectual, social y lingüística, Bertos consiguió entrar en el mundo real hasta entonces desconocido; pero, con ello, en el campo de las injusticias y desigualdades, abusos y desengaños, hipocresía y corrupción, miseria y sufrimiento, ansia y avaricia, el hambre y la guerra, la enfermedad y la muerte, fenómenos hasta entonces nuevos para él. Y dejó de sentir la mirada amable y compadecida de la mayoría de sus vecinos. Y hubo de trabajar para ganarse la vida. Y los barcos dejaron de ser suyos. Absolutamente desconcertado, Bertos entró en una profunda melancolía. Agradeció a Crito su empeño fraternal y le pidió, envuelto en lágrimas, por todos los dioses y diosas del Olimpo, que hiciese todo por devolverle a la sinrazón donde había sido libre y dichoso, retornando a su antigua fortaleza inexpugnable tras la experiencia vivida en este liberal y endemoniado mundo. Sin ulterior remedio que le permitiese retornar a su aislamiento; y ya sin Crito, desaparecido en un naufragio, Bertos apañó la flauta de Pan y se dirigió a la playa. Mientras tocaba el ‘Epitafio’ de Orfeo, acompañado por el sonido monocorde de las olas, fue hundiéndose lentamente en las aguas del Egeo a reunirse con su hermano.
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