07/09/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Nunca he sido friolero, así que no me importa ni lo más mínimo que se acabe el verano (en lo que a la meteorología se refiere, porque el síndrome postavacacional no se me quita hasta enero). Y a ello se une que llega el otoño, que es mi estación del año preferida porque el termómetro se relaja y los montes del paraíso redipollejo muestran tonalidades de indescriptible belleza.

Pero no son sólo los colores, porque la naturaleza nos regala en el otoño de las zonas montañosas otro espectáculo digno de escuchar y contemplar. La berrea de los venados llega cada año en su época de celo y con sus gargantas intentan seducir a las hembras en busca de apareamiento. Durante estas semanas, los venados muestran sus cuernas altivos y orgullosos y en muchas ocasiones las utilizan para luchar contra los intrusos que osen invadir su territorio.

Nada que ver con la primavera, cuando sus cuernas se caen y estos animales pierden peso y energía mientras crecen las nuevas y por lo tanto llevan una vida mucho más sosegada. Pero ahora estamos en la época en la que piensan más en sus erecciones que en el bienestar de la manada y en la que están dispuestos a todo con tal de lograr su objetivo, a luchar testuz contra testuz y humillar a uno de su misma especie con tal de no cederle protagonismo en su cortijo.

Cosas de la naturaleza, cosas bellísimas y dignas de escuchar o incluso de presenciar en caso de que algún lugareño nos indique la ubicación concreta de los venados. El problema surge al ver que la situación es similar cuando en vez de hablar de animales hablamos de políticos, esa especie en la que hay ejemplares que no tienen cuerna pero sí puñales para tratar de hundir a cualquiera que amenace el pienso de su pesebre. Y más aún en esta época de berrea.
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