02/03/2023
 Actualizado a 02/03/2023
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Benito tenía una mano inútil, pero poco a poco se las apañaba para atender cada día la cantina que había justo en mitad de una de las cuestas más pronunciadas de Villaceid, ese pueblo que muchos días se convierte en el más frío de este nuestro país y en el que tiene enterradas las raíces de su añorada infancia quien ahora mismo junta estas letras.

Y esas raíces son las más profundas, las que nunca se secan por mucho que germinen otras más superficiales y por muchos hachazos que nos peguen. Son las raíces de cuando no levantaba dos palmos del suelo, no llevaba dinero encima y para que Benito me diera un helado o unos tristes chicles tenía que entregarle un vale manuscrito que mi tío Manolo rubricaba en la parte trasera de una de las caras anchas de una cajetilla de BN justo antes de coger la bicicleta y salir zumbando a subir la cuesta con destino a la cantina antes de vocear y sacar de siesta a Benito para que me abriera si no coincidía con las horas del vino.

La verdad es que no sé cómo conseguía aquel buen hombre atender la cantina con una mano inútil, pero ahora me cuesta menos ponerme en su pellejo, porque hacer este su periódico sin mi joven pupilo, sin el compañero con el que he tenido la inmensa fortuna de poder compartir durante casi cinco años este espacio –este ‘club de los jueves’, como le llamábamos– y al que solo deseo lo mejor en esta vida, va a ser algo bastante similar. De hecho, no creo que me doliera tanto perder una mano como dejar de trabajar con quien, además de un profesional tan incansable como íntegro, es sin duda de esos amigos de los que se cuentan con menos dedos de los que tiene la mano que me queda, de esos pocos que dicen que siempre van a estar ahí… y que además lo cumplen.

Ya no seguiremos codo con codo escudriñando estadísticas, haciendo que los teclados echen humo, diciendo tonterías para alegrar esos días agotadores y arrimando el hombro cuando al otro se le amontonen los chollos, pero siempre voy a andar por aquí tirando por el pellejo con mi mano inútil y esperando que algún día llegues voceando, como hacía yo en la cantina de Benito, porque el destino nos haya vuelto a unir.
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