20/12/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Hace algunos años, más bien décadas, entró en crisis la costumbre de poner el belén por Navidad, arrollada por la entonces incipiente moda de colocar el árbol. Sin embargo, resurgió de nuevo la tradición belenista, creciendo ésta de manera exponencial. Surgieron entonces belenes de todos los tipos, desde los grandes belenes artesanos, que a veces parecen más museos etnográficos que representaciones con fundamento bíblico hasta otros, tipo miniatura, que se compran en una sola pieza, y sin faltar, por supuesto, los llamados belenes vivientes, algunos con vaca o burro de verdad incluidos.

Si ya San Francisco de Asís vio muy oportuno el inventar este tipo de representaciones navideñas, sus razones tendría y bienvenidas sean.Y, claro está, mejor es eso que los adornos navideños que no hacen la más mínima referencia al nacimiento de Jesucristo. Por cierto, que en algún colegio, a la hora de establecer las bases de un concurso sobre postales navideñas, prohibían expresamente hacer referencia a los motivos religiosos, premiando especialmente lo relativo a las montañitas nevadas, a los renos y a los trineos, y al muñeco gordinflón de barba blanca y caperuza roja. Sí, ese muñeco que no respeta las medidas de seguridad y se cuela como un intruso por las ventanas de las casas, valiéndose de una cuerda. No obstante, menos es nada, puesto que en algunos centros de enseñanza queda totalmente prohibido hacer referencia a la Navidad, no sea que nuestras tradiciones centenarias puedan ofender a gentes con otras creencias que, esos sí, en sus países no nos dejan ni abrir la boca.

Pero vayamos al verdadero belén viviente. Sin duda es una gozada ver cómo disfrutan los niños cumpliendo con sus respectivos papeles de San José y María, de los pastorcitos y los angelitos, o de los Reyes Magos. En este sentido es lamentable no poder hacerlo por falta de niños o porque estos no tienen interés, que de todo hay… No obstante, el auténtico belén es el de tantas familias que como José y María son víctimas las decisiones arbitrarias e injustas de sus gobernantes, de la miseria y la marginación, de la guerra o de la persecución religiosa, de la falta de trabajo o de la obligada emigración. En realidad esos hogares o refugios improvisados sí que reproducen exactamente el portal de Belén. Si miramos para otro lado y no hacemos algo por ellos, si nos centramos solamente en nuestros belenes particulares o si olvidamos a personas no tan lejanas que lo están pasando mal, todo lo demás no pasaría de ser una simple caricatura.
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