Beatus ille

Por Agustín Berrueta

20/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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A principios de verano nos juntamos cuatro sesentones jubilados, o cuasi, para hacer un pequeño tour por monasterios y conventos de Burgos, incluida la catedral (y varias tabernas de bon vino). Aunque los méritos y virtudes de aquella, así como de Silos, Las Huelgas o la Cartuja (y de alguna taberna), son muchos y muy excelsos, la sorpresa más grata nos la llevamos en el convento de San Pedro de Cardeña, donde estuvo enterrado el Cid Ruy Díaz (después de permanecer unos años momificado en un sillón del presbiterio) con su mujer, Jimena. Y también su noble caballo Babieca; eso sí, este fuera de la iglesia, no hay que mezclar las cosas.

Éramos los únicos visitantes a primera hora de la mañana y debimos de caerle bien al monje que nos abrió la puerta, pues nos mostró rincones que habitualmente no enseñan, como la escalera de caracol de la torre más antigua y otra escalera de dos brazos, ya en zona de clausura. El monje, muy amable, afirmaba ser de nuestra misma quinta, aunque a todos nos parecía que era por lo menos diez años más joven. O eso, o el monacato le conserva mucho mejor que a nosotros la vida atrafagada. Y debe de ser esto último porque, además de confesar que era feliz en el convento, nos habló de algunos de sus compañeros más longevos. Uno, de 72 años, es un artista reproduciendo tallas románicas en madera y piedra, y otras obras en marquetería que vende al público, «y recibe muchos encargos de fuera». Pero tanto o más mérito tiene el hermano más viejo de la comunidad; en atención a sus 94 años, el prior le ha dispensado de levantarse a las cinco de la mañana a cantar las vigilias. Sin embargo, «a las cuatro ya está en el coro, y además toca el órgano». Pero sí acepta otro tipo de prebenda: aunque no comen carne, de vez en cuando encargan una ración de callos para él.

No sé si fue la elocuencia de nuestro buen guía, el rayo de luz que entraba por la escalera de caracol, o la gracia divina, el caso es que desde ese día, cada vez que pido una tapa de callos en el bar, siento que algo se me remueve por dentro y me entran ganas de volver a Cardeña a pedir asilo. Estoy convencido de que, en cuanto me oiga cantar, el prior me excusará de asistir no solo a maitines, sino también a laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Solo espero que la abstinencia no llegue al extremo de eliminar el chorizo y la morcilla de la fabada. Se me olvidaba comentar el pequeño detalle de que elaboran su propio vino, cerveza, queso y licor. Beatus ille...

Canto gregoriano. Coro del monasterio de Silos. (EMI, 1994)
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