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Batidas de caza

20/01/2022
 Actualizado a 20/01/2022
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Hace aproximadamente un mes reflexionábamos en estas mismas páginas sobre el entonces reciente anuncio de elecciones anticipadas en la comunidad autónoma de Castilla y León. Las primeras declaraciones públicas de algún que otro responsable político ya nos alertaba sobre la posibilidad de que estas elecciones no se hubieran convocado para que la ciudadanía eligiera a las personas que habrán de representarla los próximos cuatro años en el gobierno de las competencias que el Estado ha atribuido a la institución autonómica, sino para dirimir una batalla más de la lucha por el poder en el conjunto de la nación. Aunque tirábamos de ironía sobre la posibilidad de que se pretendiera vaciar el verdadero sentido democrático y representativo de esta convocatoria electoral y veníamos a decir que el mismo sentido tendrían unas elecciones en Marte, lo cierto es que el asunto es muy serio.

Tal vez el problema de la poca calidad que tiene nuestra democracia es precisamente la poca comprensión que tiene la inmensa mayoría de la población española sobre el valor intrínseco de la cadena de mecanismos de representación establecidos constitucionalmente, y lo que es peor, el poco respeto que en general muestran las formaciones políticas por dichos mecanismos.

Si esa cadena de mecanismos representativos deja de funcionar la democracia queda limitada. Las decisiones políticas dejan de adoptarse como resultado de un proceso de mandatos representativos asumidos por ética política y convicción democrática, y empiezan a ser regidas por el interés económico de las minorías privilegiadas. En esta ecuación siempre sale perdiendo la mayoría, en la que lógicamente se encuentran las personas que pertenecen a una clase social definida por el hecho inevitable de que necesitan de su fuerza de trabajo para garantizarse los medios básicos de vida.

En el pasado la subsistencia de esta clase de personas era en algunos casos tan terriblemente precaria, que dependía además de su proletarización social, es decir, de engendrar una prole que aportara un volumen mayor de fuerza de trabajo y, en consecuencia, más recursos económicos a la economía del grupo familiar o de convivencia. La construcción de sistemas políticos democráticos, fundamentalmente a partir de la mitad del siglo XX, corrigió de manera muy significativa la situación, y el reequilibrio en el reparto de la riqueza entre capital y trabajo, y desproletarizó la vida de millones de personas. Y lo hizo cuando la cadena representativa democrática funcionaba y permitía que las leyes de cada país se dictaran de manera que se protegiera el equilibrio de intereses entre los que viven del trabajo y los que viven del capital.

Es importante asumir que fue el avance en la democracia real de los Estados los que permitió esta transformación. Por lo que debemos considerar si el retroceso en los niveles de calidad democrática no tendría como consecuencia en un futuro inmediato un regreso a la proletarización. En cualquier caso, esa transformación se produciría paulatinamente, aumentándose de manera progresiva los niveles de precarización laboral, de vaciamiento del valor del salario personal como medio básico de subsistencia, y del tiempo diario de aporte de fuerza de trabajo necesario para conseguir los recursos económicos mínimos con los que garantizar esa subsistencia. Después de todo ello es cuando se darían las condiciones concretas para que las unidades familiares tuvieran que optar por su proletarización. ¿Quién sabe? Igual es lo que algunos están buscando para repoblar esta Europa nuestra tan envejecida. En cualquier caso, sería por su falta de convicción en que la democracia real también puede decidir los mecanismos legales, sociales y económicos que garanticen la renovación poblacional.

Llevamos décadas que se caracterizan precisamente por todas esas cuestiones que indicamos y que conducen a la proletarización: empleos cada vez más precarios, con índices de temporalidad cada vez mayores, tiempos de trabajo en aumento (más aún con la explosión del teletrabajo) y salarios durante muchos años a la baja (por obra y gracia de la legislación) o que se son incrementados anualmente en porcentajes muy inferiores a los que suben los precios de los bienes básicos de consumo. Y todo ello se viene produciendo curiosamente al mismo tiempo que la cadena representativa democrática ha ido deteriorándose.

Hace años que el premio Nobel de Economía Daniel Kanehmann demostró que las personas pueden actuar en contra de su propio interés. Y unos cuantos han pasado también desde que George Lakoff, aplicando el concepto al campo político afirmaba que la gente vota en función de con qué se identifican y no del interés propio que puede ser satisfecho. Pero esto siempre ha sido así. No son las personas las que han cambiado. Nuestra psicología es esencialmente la misma ahora que la de las personas que empujaron el avance de la democracia en los siglos XIX y XX. Lo que han cambiado son las estrategias partidistas. Conocen mucho mejor los mecanismos psicológicos de los individuos y los sesgos cognitivos de los que todos y todas adolecemos. Y lo explotan en su propio interés de grupo.

Kahnemann hablaba de que en el pensamiento humano entran en juego dos sistemas: el primero es de funcionamiento rápido e involuntario, responde a las emociones y se relaciona con la identificación del peligro, por lo que nos refiere de manera inmediata a la identidad de grupo, que es nuestro mecanismo básico de defensa como especie; el segundo es de funcionamiento más lento, es analítico, y por tanto con mayor capacidad de abstracción y de construcción de conceptos. La identificación de nuestros intereses depende de este sistema, pues definir un interés es básicamente anticipar lo que en futuro significará para nuestra supervivencia nuestras decisiones actuales y las de los demás. Bien se podría decir que el primero es nuestro yo más animal como especie, y el segundo es nuestro yo más humano, el que nos diferencia del resto del género animal.

Con la observación de esta realidad, la estrategia está servida. Hagamos ruido, mucho, como el que se hace con los animales en una batida de caza para atraerlos a los tiradores. Agitemos el miedo y la sensación de peligro, apelemos a nuestro sistema primario que no es capaz de entender de intereses. Paseemos a reinas de las redes sociales, visitemos macrogranjas o aburramos con pretendidas invasiones de hordas de demonios comunistas o sanchistas. Lo que haga falta para apelar a nuestro sistema primario.

Consiguen así que no pensemos que nuestra elección, en este momento, y dentro de la cadena representativa democrática conformada constitucionalmente es elegir a aquellas personas que, en un parlamento autonómico con todas las competencias decisivas para determinar el progreso económico y social de León y también de Castilla, deberían representar nuestros intereses, que tengan la capacidad de conciliarlos con los intereses de otras personas o colectividades, que transaccionen posiciones y lleguen a acuerdos. Cuando la cadena funciona, la Historia nos ha demostrado que se materializa el progreso social colectivo. Cuando no lo hace, volvemos a la selva, que, en el caso de la humana, es siempre el reino del más fuerte económicamente.
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