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Basada en hechos reales

16/02/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Me estremecí hace quince días cuando leí que un vecino de Avilés que se había cortado el dedo índice en 2011 por no ser atendido en el Ayuntamiento volvió a las andadas el pasado mes cuando después de que la Policía le detuviera por alcoholemia. Cuando le soltaron, ni corto ni perezoso, se fue a casa a por un hacha, volvió a la comisaría y delante de la autoridad, zas, se tajó el pulgar de la mano izquierda, no en juliana, tiras largas para sopa, sino en rodajas bien gordas, como las zanahorias de la menestra. Después de atenderle en las dependencias policiales, le intervinieron el hacha, algo de estupefacientes y el vehículo, que tampoco debía de ser suyo.

Conocido el caso me vinieron a la memoria otros que había oído, algunos heróicos, como uno de cerca de Prioro que perdió tres dedos por evitar que a un compañero lo aplastara una peña en una cantera, otros negligentes, como muchos que han metido el brazo en la empacadora, y otros inexplicables, como un vecino de Boñar que perdió dos dedos cuando su hermano estaba cortando leña.

Desgraciadamente, historias de estas hay a cientos en toda la provincia, pero unas muchos más desgraciadas que otras y una gran parte de ellas fruto de anquilosadas manías. Como la de probar la mayonesa directamente de la batidora, así, de la que levantas del cacharro, sin haberla desenchufado antes o la de comprobar con un objeto contundente, por alargado que sea, si dentro de un avispero hay avispas, que por regla general suele haberlas.

Otras son fruto del exceso de confianza, tipo la ingesta excesiva de digestivos o los partidos de solteros contra casados o la ingesta excesiva de digestivos durante los partidos de solteros contra casados. O del infortunio, como un amigo que vino al pueblo y de paseo por la orilla del río cayó en unas órtigas, el pobre, y se brotó todo, que parecía un libro de braille. No volvió. Dijo que no quería seguir dándome argumentos para estas columnas, basadas en hechos reales.
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