29/10/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Partiendo del hecho utópico de que pudiéramos saltarnos a la torera todas aquellas leyes que considerásemos injustas, queda abierta la barra libre, se levanta la veda.

Aquel al que no le guste el tipo impositivo con el que gravan sus ingresos, que pague menos. O que no pague, que es mejor para él. Al que le apetezca fumar en los bares y restaurantes, pues que fume. Ya puestos, por qué no en los hospitales. Como cuando los médicos pasaban consulta cigarro en mano, qué tiempos aquellos. Que te va darle zapatilla al coche, venga, pie a fondo hasta que te salga por debajo como en el ‘tronco-móvil’ de Los Picapiedra. Y si te dan el alto, tira, que ya se cansarán de perseguirte. Son solo unos ejemplos, ando sobrado de imaginación y rebeldía para seguir saltándome leyes. Pero me falta espacio para continuar con ello.

Imaginemos por un momento que a todos nosotros nos la trajera al pairo la constitución y la legislación vigente. Iba a estar divertida la cosa, sería un absoluto desgobierno, aunque al menos estaría entretenida esperando a ver quién la prepara más gorda.

Básicamente, esto es lo que ha hecho Artur Mas. Alguno podrá pensar que la comparación es simplista y demagógica, nada más lejos de la realidad. Lo suyo es aún peor, puesto que ocupa un cargo de responsabilidad pública y lo ejerce de cualquier modo menos responsable. Al margen de los espurios motivos que le han llevado a ser independentista de la noche a la mañana, Mas ha decidido tirar por la calle del medio, asumiendo, por otro lado, un papel de víctima que otros han tenido la torpeza de adjudicarle.

El punto seguido lo marca el 3% y la caza mayor. Partiendo de la presunción de inocencia, resulta repugnante escuchar cómo se pone en solfa la actuación de la policía y la justicia. Manifestando que la corrupción en su partido no existe y que todas las actuaciones y adjudicaciones que han llevado a cabo son escrupulosamente legales y que su soflama independentista es el único motivo de esta incriminación. Tan peligroso resulta el hecho de que eso fuera cierto como el argumento en sí mismo.

Nadie que tenga dos dedos de frente puede negar la realidad catalana, como nadie en su sano juicio puede admitir que la posición inmovilista del actual gobierno es el único camino. Pero lo que no resulta menos evidente es que, si todos hiciéramos lo que se nos antojara en contra de lo que consideramos injusto, esto sería un sindiós.

El otro día mi sobrina se quitó el gorro en la piscina y se mojó el pelo en repetidas ocasiones. Llamé su atención para advertirle que eso no se podía hacer. Ella respondió: «¡Qué más da! No hay nadie». «Da igual, las normas están para cumplirlas siempre, aunque nadie te vea», repliqué. Yo no respeto el 100% de nuestras leyes, ni mucho menos, pero no me pongo farruco cuando me las salto y me trincan.
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