18/05/2020
 Actualizado a 18/05/2020
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En tres de las cuatro esquinas de la provincia, puntas de la Rosa de los vientos, los bares han sido el destino final del pedaleo sin rumbo. Refugio con toda la fuerza de la palabra en Prioro, Encinedo y Candín.

En la Cafetería El Pando me libré de un buen catarrazo tras bajar en la bicicleta elpuerto del mismo nombre en mitad de una ciclogénesis explosiva. Había tres hombres en el bar que me miraron como si lo que hubiera entrado fuera la cosa del pantano en lugar de un ciclista. La escena podría habertenido algo de épico, pero el chuip, chuip que mis pies hacían dentro de las zapatillas llenas de agua, como si Florentino Fernández estuviera doblando la escena, eliminó cualquier atisbo de proeza inclinando la balanza hacia el platillo de la estupidez.

Al Mesón del Abuelo de Encinedo llegué a las cuatro de la tarde sin un gota de agua encima, pero tostado como cacahuete por un rabioso sol de noviembre volando en un viento de cara. No es que La Cabrera sean Las Landas, más bien que cuando planifico los viajes, a veces me entra el síndrome del funcionario de la Junta, que todo lo ve posible en la cuadrícula del mapa. Al final me vi obligado a compensar el esfuerzo con una macarronada en proporción a los kilómetros y el viento, y aunque solo me quedé una noche, ahora todas regresó allí por unos segundos.

Y si el alma tragara como el cuerpo, en el Albergue Turístico de Candín habrían sido dos kilos de macarrones. Llegué después de pasar una noche el monte sin pegar ojo, porque me entró una pájara de aúpa y no llegué al destino en los Ancares. Primero la calidad del menú, que ya quisiera la carta de mucho restaurante de vanguardia, y después las historias de lobos, mastines y furtivos cambiaron el signo de aquel día de pesadilla.

Los bares remotos los llamo, aunque sean los más cercanos, aunque realmente sea yo el que siempre se está alejando.
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