21/08/2022
 Actualizado a 21/08/2022
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De todo el vocabulario estival, con sus significados a cuestas, el término que consume toda mi benevolencia es barbacoa. No puedo con él ni con cuanto con él me llega. Tanto me da que se trate de ese método humeante para preparar la carne, en el que siempre se declaran expertos que no son tales y que convierten la merienda campestre en un cristo, como la salsa así llamada, que, contra lo que se dice, no da sabor a la carne, sino que directamente se lo quita. Tanto me da la extravagante canción de Georgie Dann así titulada, tan repetida y por tanto tan aborrecida casi como los vídeos de Rosalía –ese talento extraviado–, como el ágape convocado de ese modo y que no deja de ser un tostón de camaradería a pie firme y en disposición de marcha, es decir, cualquier cosa menos el sagrado arte de comer. En fin, si lo pensamos un poco, el verano todo es una barbacoa: para chuparse los dedos.

No digo yo que esa estación no ofrezca mejores estampas, todos las hemos conocido en mayor o menor medida, pero cuanto se retransmite hoy acerca de los usos y costumbres veraniegas, que en el fondo es lo que hay y por eso se imita y se reincide, llama a amar el invierno con el mayor de los fervores. O a exiliarse al hemisferio opuesto, donde por estas fechas andarán más bien recogidos para esconderse del frío y no cantarán las mismas patochadas. De esto último no estoy muy seguro, francamente.

El caso es que, si no fuera una frivolidad, podría afirmarse que la península Ibérica toda es una barbacoa en estos meses, una barbacoa de las tradicionales de leña, puro fuego bien atizado por todo tipo de elementos humanos e inhumanos. De todas maneras, si de frivolidades hablamos, siempre hay quien gane. Ese señor que nos vicepreside por acá, sin ir más lejos, un auténtico bombero-torero en materia de incendios y en cualquier otra materia que toca. Un verdadero Georgie de la política. De su boca salen, cada vez que habla, los peores estribillos de la canción del verano, apenas aptos para necios.
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