Banderas sin bandos

16/11/2022
 Actualizado a 16/11/2022
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No todas las banderas acaban siendo de bandos. Ese empeño tan viejo de hacer nuestro lo que es de todos nos lleva por el camino de la amargura, que decían las mujeres de antes cuando se les torcía la vida que habían dibujado con tanto cuidado.

Hay banderas que no lo son pero sí lo significan. Hay pueblos que ‘pasan’ de las banderas y se aferran a los símbolos de sus viejas costumbres, de sus ancestrales tradiciones, de las formas de vida que les han traído a este buen puerto de la convivencia, la amistad, la fiesta y la celebración.

En esta vorágine de lo perdido, lo robado, lo abandonando, lo vacío y lo vaciado aparece en la ventana que mira a la esperanza un rito común, de todos, una bandera sin bandos.

Algún día alguien debería documentar la cantidad de pueblos en los que el último bastión de la convivencia y la concelebración ha sido un baile, una música, un teatro, un carnaval, el histórico antruejo y las coplas que a cada uno de ellos acompañaron. Algún día alguien debería documentar la cantidad de pueblos en los que la llamada vida comunal se resistió a borrarse porque había que coser los trajes, desempolvar los colores, ensayar las coplas, recorrer las calles, celebrar la vida. De no ser por esa necesidad se habrían cerrado las puertas de los lugares comunes por falta de rito que llevarse a la boca de las tradiciones.

No extraña por ello que en los balcones luzca la bandera sin bandos que nos recuerda que «aquí aún se viven las tradiciones».

Que es tanto como reivindicar que hay lugares donde se sigue viviendo la vida.
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