28/06/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Grandes, medianas o pequeñas. De curtida tela, de plástico fino o enmarcadas en brillante y gigantesco plasma. Están de moda, ya sea para provocar absurdas polémicas nacionalistas o para recordarnos que en aquello de las libertades sexuales todavía nos queda mucho camino por recorrer. Como diría Melanie Griffith en los 90, «Banderas de mi corazón».

Hay que ver lo que dan de sí los símbolos. Sirven incluso para ganar votos, o al menos eso debieron pensar los estrategas de imagen del socialista y guaperas Pedro Sánchez. “Venga, tú colócate ahí junto a tu mujer, al estilo Barack y Michelle, que nosotros te ponemos una inmensa bandera de España detrás y ya verás qué bien”. No debería haber tenido mayor importancia, pero ‘this is Spain’. Automáticamente, ampollas levantadas y no precisamente por el roce de las chanclas veraniegas. Unos, escocidos porque consideran que el estandarte patrio sólo puede representar a los conservadores, “los verdaderos defensores de la virtud española”. Otros, mientras, acusan a los socialistas de haber manchado la sagrada bandera pactando con los “radicales bolcheviques”. Y para rizar el rizo, ahí tenemos también a unos cuantos de izquierdas, de proclamada mente abierta, que sin embargo se ven aquejados de repentina alergia en cuanto atisban una rojigualda ondeando en cualquier evento con o sin himno. Unos, por republicanos. Otros, por vascos, catalanes o gallegos. Y algunos, porque “nos recuerda a tiempos pasados”, dice un imberbe preuniversitario con gesto torcido. ¿A qué tiempos se referirá? ¿Al fracaso en el Mundial de Naranjito? No puede ser, el chaval todavía no era ni embrión... Pobrecita la banderita, con lo alegre que se la ve con su rojo pasión y su amarillo de sol y playa. Quizá de toalla en Gandía tendría más suerte.

Menos sarcasmo me provoca el desprecio que todavía, en 2015, sigue sufriendo la enseña multicolor del Orgullo LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales). El Tribunal Supremo de EEUU acaba de legalizar el matrimonio gay (ya era hora, por el amor de Rock Hudson), pero aquí en León, una vez más, el Consistorio ha negado su balcón de Ordoño II a la bandera arcoíris. Y lo que es peor: en el Ayuntamiento de Salamanca, gobernado también por el PP, sí ondea hoy, día del Orgullo, esta enseña de igualdad, tal y como también lo hace en la Diputación de Valladolid, por poner dos sangrantes ejemplos que nos dejan en mal lugar. Ay, ciudadana Gemma, ¿no podrías haberle dejado algo de tu maquillaje a don Antonio?
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