19/01/2022
 Actualizado a 19/01/2022
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Un gimnasio de un centro educativo en Springfield (Massachusetts, Estados Unidos) –‘International Young Men’s Christian Association Training School’, actual ‘Springfield College’–, con dos cestas que se utilizaban para recoger melocotones colgadas en los extremos a más de tres metros de altura –exactamente a 3,05–, fue el primer campo de baloncesto de la historia. El profesor de Educación Física James Naismith, inspirándose en un juego llamado ‘Duck on a rock’ que recordaba de su infancia, ideó este deporte –cumpliendo así con el encargo del propio centro– a finales de 1891 para poder practicarse a cubierto, pues allí los inviernos dificultaban la realización de actividad física al aire libre.

«Presentamos a nuestros lectores un nuevo juego de pelota, que parece tener esos elementos que deberían hacerlo popular…». Así comenzaba el artículo que el propio Naismith publicaba el 15 de enero de 1892 –el sábado pasado se cumplieron 130 años– en la revista ‘The Triangle’ del centro, en donde daba a conocer las primeras trece reglas.

Resulta, desde luego, difícil imaginar un baloncesto con nueve jugadores por equipo en pista, o que el balón fuera de fútbol, o que no hubiera tableros. Mucho ha cambiado hasta nuestros días, ni que decir tiene; pero no hace falta ir muy atrás en el tiempo: quizá recuerdes cuando no había triples, los saltos entre dos –hoy solo se mantiene el inicial–, los 1+1… Eso, por no hablar de la forma de entender el juego, que mira lo diferente que es el baloncesto de hoy al de los tiempos de Epi, Villacampa, Romay, Pinone, Sabonis…, lo que no quiere decir que no disfrutáramos entonces, claro; no hace falta que te recuerde lo que vibramos en León con aquel Elosúa en donde jugaron Essie Hollis, Xavi Fernández, Reggie Johnson, Xavi Crespo o mi hermano Josines…

Muchos somos los que, de una u otra manera, nos hemos acercado al baloncesto y hemos conocido un deporte apasionante con enormes beneficios. Nunca se lo podremos agradecer lo suficiente a Naismith…
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