Renqueante atraviesa el corredor, apoyándose en la cachava, arrastrando una pierna en la que podrían adivinarse cicatrices. Este mínimo espacio con barandillas, para don Adolfo implica una magnitud jalonada de precipicios, de la que parece no haber escapado en cincuenta años. En general, los aldeanos relacionan mi aspecto con un cobrador de impuestos, no así él, que le halló trazas de sacristán. Preguntó si era elsustituto y si tenía en regla bautismo y confirmación, pues del anterior ayudantenadie nunca dio fe. Respondí no y sí, aunque puntualicé haber sido por error cristianado al revés. Dijo tener fácilremedio: cuando estuviese a punto de morir, en vez de extrema unción me bautizasen.
Así yo católico, sin necesidad de gafas y entero, y en estado de merecer fusil,aconsejó el alistamiento en los tercios de la Legión. En Sidi Ifni habría de sobrarme rancho, y gracias a Dios las moras eran serviciales lo mismo en la intendencia que en el catre. Sintió natural curiosidad por saber qué buscaba un recluta en este apartado frente, hacía dónde dirigía el derrotero. Le respondí que mi objetivo estaba al otro lado del la impetuosa mole caliza. Asombrado por tamaña misión, recomendó tuviese cuidado en esos barrancos, pues maniobraban bandas mineras y traficantes de wólfram. Las escaramuzas menudeaban, tiroteos a la orden del día. Con un movimiento pendular de la cabeza, parecido al de los búhos cuando localizan presa, don Adolfo me estudió los pelos. Debí despertarle todavía más sospechas. Añadió, apuntándome con la cachava, que las balas perdidas guardaban mucha malicia, habiendo sido liquidados ya varios agentes germanos.
Corporales de Barjas, febrero de 1991
