Bajo las baldosas

Llueve. Los limpiaparabrisas de los coches arrastran el agua perezosa, que tanto se ha demorado. Sus ruedas sobre el asfalto mojado llenan las calles de un sonido acuático que se desenrolla como una tela y las cubre.

Llueve sobre árboles ya floridos: cerezos, ciruelos. Sobre viñedos con cepas retorcidas o vides jóvenes, domesticadas en espaldera.

Llueve y se abren los paraguas, que después serán perdidos en un bar o gotearán durante todo el día en casa, en el paragüero o en la bañera. Cuando llueve, llueve sobre todas las cosas, incluso sobre aquellas que creemos que están a cubierto. A las alfombras llega la lluvia metida en el dibujo de las suelas de los zapatos y entre los pliegues de los abrigos. Absorben las toallas la lluvia que ha caído sobre el pelo y sobre la cara. Reciben las sillas del comedor los vaqueros mojados que se tienden a secar.

Ayer llovió y pisé una baldosa suelta en la calle. La lluvia que había debajo volvió a subir, me llegó hasta la rodilla y ahí se quedó durante un buen rato, pegajosa y fría.

Siento ahora que hay muchas baldosas sueltas en el acuerdo de legislatura suscrito entre el Partido Popular y Vox para gobernar Castilla y León. Presiento un agua estancada bajo esas baldosas. Bajo la baldosa que dice «violencia intrafamiliar» para no hablar de la violencia contra las mujeres, aunque la realidad -por desgracia- es tozuda. Un agua también pegajosa y fría bajo la baldosa que hace malabares y acuerda la «garantía de unos servicios públicos de calidad, compatibles con una reducción de impuestos autonómicos». Y también bajo las baldosas que hablan de inmigración y de la historia. O bajo la baldosa que se coloca para «combatir especialmente el fenómeno delictivo de la ocupación» de viviendas, que desconocía que fuera un tema tan grave en una Castilla y León con problemas demográficos, excepto, claro, para las empresas de venta de alarmas para casas.

Ya digo que llueve y que llueve sobre todas las cosas. Aquí está la siembra, la estoy oyendo crecer.