Bajo las agujas del reloj

27/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La barbarie no tiene edad aunque haya quien quiera desacreditar sus canas y justificar en su vejez temprana la necesidad de arrinconarla en el olvido. La muerte tampoco la tiene y eso hizo que padres y madres en ciernes reposaran el miedo en incómodas cunetas sin decidirlo, dejando su destino al calor de un gatillo que alguien comandaba con decisión. Y todo conjugado en un tiempo que sangra aún, pese a sus arrugas convertidas en cruces y flores, desdibujado en un reloj que toca cada hora, sin sobresaltos. Sobre la torre en la que siguen brotando hojas alrededor de su esfera, la precisa maquinaria resuelve su tic tac mirando a la antigua cárcel del siglo XVI, hoy empedrado refugio de cultura. El Museo del Bierzo tiene olor a ese pasado de tormenta y lodo. Allí vivieron los que iban a morir y lo sabían. Hay rezos en las paredes que aún tiemblan por el temor a dejarse escuchar y mucho perdón sin ofrecer. Rezuma el vergonzante ayer en heridas que cada año se recuperan en un intento de cura al que le falta medicina. Sobra memoria sin boca, pero hay un día en el calendario que intenta recomponerse, mirar al cielo y corregir cuerdas vocales para definir un ‘basta’ cargado de convicción, bajo las agujas del imparable reloj. El 29 de agosto habla la tierra de lo que esconde. Sonajeros sin madre, zapatos endosados a los huesos desnudos de quien gastó sus suelas, cráneos agujerados para declarar el asesinato de los cuerpos. Todo compartiendo un espacio oscuro de fosa desorientada y frío al que no llega el candil aún. Más de 80 años después, el llanto no tiene consuelo por los 1.137 muertos bercianos encajados en un limbo sin sentido. Otros nueve se quedaron en los campos de concentración, sin cerrar su propio círculo, 114.226 en todo el país. Y aún así, sorprende la falta de sensibilidad de un reloj empeñado en seguir marcando igual cada campanada...
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