02/06/2019
 Actualizado a 16/09/2019
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Desde el siglo XVIII, y aun antes, la comunicación de ideas, sentimientos e intuiciones ha sido un asunto importantísimo, ya que es un cauce poderoso para que cada persona acierte a dar razón adulta de sus criterios y todos conformemos la cultura comunitaria. En ella está la mejor palanca para crecer en humanización sana y sanadora que nos aleje de las rivalidades asesinas propias de la etapa de las cavernas. Pero también lo puede ser para tejer condiciones de tiranía-esclavitud entre grupos humanos, manipular datos y argumentos que ni desvelan la verdad ni sirven al bien común, o crear grandes relatos sobre el sentido de la vida y de la muerte que pueden condenar a la dictadura del yo, al relativismo moral, al rebaje interesado de la calidad de las utopías, a la justificación de escepticismos, nihilismos y desencantos.

Los últimos cien años, testigos del fenómeno sociológico que llaman «aceleración de la historia», muestran que la parte del león en este avance cultural se la llevan los viejos y los nuevos medios de comunicación, sin que nadie barrunte dónde pueden tener su límite: el fonógrafo, el cine, la radio, la televisión, hasta llegar a la utilización de la electrónica para este menester, desparramado en mil variantes de intercomunicación informática cada vez más sofisticadas, rápidas y atrayentes: internet, páginas web, wi-fi, correo electrónico, redes sociales, aplicaciones para móviles, almacenamiento de datos «en la nube» y lo que queda por venir.

Este fenómeno de la cibernética, auténtico salto cualitativo en la historia de la cultura humana, ni podemos ignorarlo ni puede dejarnos indiferentes. Es más, nos deberá provocar a entrar en él con el equipamiento técnico y ético adecuado. Técnico: es evidente que es absolutamente imprescindible. Y ético: ahí ya tendremos más problemas. Los estamos teniendo. Especialmente por el uso, a menudo amoral y en muchas ocasiones inmoral, de las llamadas redes sociales. La Jornada de CS que la Iglesia celebra en este Domingo de la Ascensión, ha puesto su punto de mira este año en este complejo, fascinante y arriesgado mundo. Y nos invita a evitar las aglomeraciones de personas superpuestas para pasar a verdaderas comunidades de talante humano. El papa Francisco nos dice: «El auténtico camino de humanización va desde el individuo que percibe al otro como rival, hasta la persona que lo reconoce como compañero de viaje». De ahí el lema de este día: «Somos miembros unos de otros». Anda que no nos quedan gigabytes que conquistar.
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