29/10/2020
 Actualizado a 29/10/2020
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Santiago murió en la cama de una residencia. El rojo sangre invadió el blanco sábana mientras esperaba auxilio en las instalaciones de un centro que se ha visto obligado a buscar personal a la desesperada a través de redes sociales –la inmensa mayoría carece de titulación– a raíz del positivo generalizado que el coronavirus había dejado en su plantilla habitual.

No imagino la cara de los familiares de Santiago escuchando el domingo al presidente aviador cuando hablaba sin inmutarse de «moral de victoria». ¿Qué cantidad de muertos necesitamos para ver que estamos sufriendo una nueva derrota sin paliativos? ¿O es que la segunda ola tampoco se veía venir? Muy poco importará en la familia de Santiago a qué hora comienza el toque de queda, el aforo con el que se pueden abrir los bares o las comunidades a las que está permitido viajar este puente. Y menos relevantes serán aún para ellos unos presupuestos que –aunque repitan lo contrario como si fuesen loros– no castigan solo a los ricos y poderosos, sino que sangran al conjunto de la sociedad y dejarán aún más hipotecados a nuestros bisnietos. No por negarse a pronunciar la palabra «deuda» vamos a poder dejar de pagarla.

Nos quieren debatiendo sobre disquisiciones que no llevan a parte alguna en lugar de lamentando e investigando lo que pasó y por desgracia vuelve a pasar en residencias como la de Santiago.

Pero la gestión de la pandemia se ha asemejado a la actitud de los leoneses en la primera noche de toque de queda y en la vida en general. Dejarlo todo para última hora (con atascos hasta minutos antes de las diez de la noche), figurar en el periódico (luciendo uniforme) y esfumarse cuando llega el momento de hacer algo (como controles para tratar de evitar que actuemos como nos plazca).

Dijeron que este virus lo parábamos unidos, pero somos un país desalambrado con bailabotes de la política en los diferentes e ineficientes niveles de la administración. Dijeron que salíamos más fuertes, pero somos otra vez un terruño enclenque. Dicen ahora que España puede. Pero en realidad solo puede irse al guano mientras ignoremos la cruda realidad de casos como el de Santiago y nos dejemos embaucar por los lenguateros.
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