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Aznar, el precursor

14/03/2021
 Actualizado a 14/03/2021
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Lo recuerdo muy bien. Me encontraba en otra ciudad por motivos de trabajo y durante el desayuno, antes de enterarme, noté alrededor la desazón de los comensales. La tarde anterior mi tren había partido del andén que ahora aparecía en la televisión como el emplazamiento de una película de catástrofes pero con ese aire incoherente, irreal, que adopta la tragedia cuando es real. ETA, decían. Ojalá, pensé, dando por supuesto que tan tremenda carnicería supondría el final de su trayectoria si así hubiera sido, dando por supuesto que otro grupo terrorista distinto supondría una nueva y mayor amenaza a partir de ese momento. Dediqué la tarde y buena parte de la noche a navegar por las emisoras de medio mundo que el hotel ponía a disposición de sus alojados. Y a sentir vergüenza de país. Todas, absolutoriamente todas las emisoras, de TV5 Monde a la Fox, pasando por la BBC o la RAI, atribuían la masacre al terrorismo islamista, un nuevo episodio de las hostilidades declaradas el 11S. No lo hacía TVE y tampoco abiertamente algunas otras españolas, que daban a conocer datos gubernamentales y exhibían informes e interpretaciones de ministros que construían para consumo interno una realidad paralela a la del resto del mundo. Era sonrojante. Aquella desconexión duró unos días pero el bochorno debería perseguir durante siempre a quienes lo perpetraron.

En el reciente programa de Jordi Évole, un Aznar de serie B, provisto de una inquietante campechanía, mantuvo y no enmendó, atrincherado en ese ego que ha dado en caricatura: otro aniversario del 11M y otra oportunidad perdida, ahora en bandeja, para que rectifique o, al menos, pondere su error. Es ese señor que da lecciones de estadista universal allí donde le abran la chequera de par en par el que afirma no haber sabido lo que sucedía en el partido que presidía mientras se financiaba en negro, ni lo que sucedía en el mundo y en su país en el peor momento de su gobierno.

Aquella mentira tuvo su merecida recompensa de inmediato, pero el paso de los años ha convertido el monumental infundio interesado en antecesor y ejemplo de algunos comportamientos políticos actuales. Una generación aznarita 2.0 se refocila en la falsedad, el camelo o la mera insensatez para hacer política. Cierto es que los políticos mienten, pero solían hacerlo con sus previsiones o para salvar su carrera. Nunca antes un partido democrático había situado la mentira como modus operandi situándose tan lejos de un acontecimiento decisivo, de un hecho contrastable que todos los demás verificaban de manera opuesta. Que alguien como Ayuso haya llegado a la presidencia de la Comunidad de Madrid y pueda volver a lograrlo con ese estilo niñato, esa hemeroteca y esa manera de adulterar la realidad sugiere que Aznar solamente se precipitó. Unos diecisiete años.
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