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Azcárate, un hombre bueno

10/12/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Este próximo viernes, día 15, se cumplirán cien años de la muerte de un hombre bueno. Quizás eso no sea noticia, pero sí lo es que, además, fuera alguien importante. En épocas, aquellas y estas, en que ambos calificativos parecen tan distanciados entre sí. Era leonés, por otra seña, quizás el más distinguido de su siglo, sin duda uno de los más relevantes de siempre, de aquellos por quienes más que orgullo (ese sentimiento superfluo), cabe sentir estímulo. Me refiero, por supuesto, a Gumersindo de Azcárate.

Nacido con el final de la primera guerra carlista y fallecido el año de la revolución soviética, Azcárate vivió y actuó a la altura de su época, de unos tiempos turbulentos y trascendentes; esos que ahora creemos vivir a diario. Y desde su refugio de Villimer, donde acudía para proveerse de sosiego y meditación cada vez que se lo permitía su infatigable actividad, León estuvo muy presente en sus obras y cuidados. Jurista reputado y respetado, intelectual cuando eso significaba mucho y comprometía a mucho, escritor de filosofía, política o historia, profesor universitario y pedagogo renovador, diputado republicano y reformista, legislador preocupado por la cuestión social y la transformación de su país (su ley contra la usura de 1908 continúa vigente, la ‘ley Azcárate’). En el terreno educativo, quizás su primer afán, defendió la libertad de cátedra universitaria al coste de su expulsión, fundando con otros reformistas e intelectuales el que habría de ser cardinal aporte a la cultura hispana, la Institución Libre de Enseñanza (1876). Con otros talentos inquietos de su tiempo (Giner, Cossío, Fernández Blanco, etc.) alumbró también la Fundación Sierra-Pambley en León (1887), que preserva su espíritu y lo celebra estos días. Universidad, Uned, ILE, Fundación Entrecanales y Diputación (¿el Ayuntamiento…?) han colaborado en el Simposio que esta semana congrega a los mejores especialistas en Azcárate y su tiempo y publicará un compendio de estudios.

Cuesta hoy encontrar alguien semejante (esta semana murió Manuel Marín…); una generación en este caso, que aúne altura y compromisos intelectuales, responsabilidad y entusiasmo en los propósitos, mesura y coherencia en las acciones. Cuesta porque nuestros referentes del pasado o son tan remotos como maleables o se ligan a extremismos bidimensionales. Poco o nada hallamos en ellos de la moderación y la firmeza en la defensa de valores básicos e ineludibles entre todos esos fuegos de artificio que tanto cautivan y tanto vacío dejan tras de sí. Como solo aquellos individuos que merecen ser distinguidos del remolino inmisericorde de la historia, Azcárate aún representa virtudes y mensajes contemporáneos cuya puesta al día cuesta apenas un ligero esfuerzo de reajuste, porque siguen siendo asuntos que nos conciernen a todos. Hace cien años y ahora seguimos dependiendo de las personas buenas.
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