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¡Ay qué dolor!

15/02/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Ana es una médica de Atención Primaria que se desplaza cada día a un centro de salud que está a 90 kilómetros de su lugar de residencia. Una vez allí, se organiza para asistir a pacientes de cuatro pueblos diferentes. En el primero, nada más llegar a las 9 de la mañana, la espera una docena de pacientes con una media de edad de 76 años. Tiene que despachar ligera porque aunque son muchos los achaques que le relatan y variadas las dolencias que padecen, hay otros pueblos que atender. En lo que transcurre la primera consulta, la sala de espera va cobrando más vida y llegan algunos ‘clientes’ más. Por las calles no anda ni el gato y el consultorio parece ser el único lugar del pueblo por el que circula sangre. Algunos aprovechan para saludarse ya que hace días que no coinciden y aquello acaba convirtiéndose en una reunión vecinal improvisada con un rosario de dolores que solo de escucharlos se pone uno de un brinco en el mismísimo Golgota.

– ¿Cómo tú por aquí?

– Pues ya ves, esta cadera que me mata y a parte el romaizo, que a ver si me da algo antes de que me pille el toro de muerte y de paso que me haga un volante para que vaya la mujer al especialista a León y otro para ir a hacernos análisis que no sé si no volveré a tener algo alto el colesterol.

Entre dolores transcurre la consulta cuya sala de espera va quedando vacía conforme la médica va poniendo remedios antes de que se repita la misma estampa en el siguiente pueblo. A este llega con 45 minutos de retraso según lo previsto, es la factura a pagar porque el día anterior no hubo consulta ya que tuvo que hacer guardia y no hay quien haga esa suplencia. Algo falla antes de empezar: no funciona el sistema a través del cual puede consultar el historial clínico de los pacientes. Con paciencia va solucionando los casos más urgente y los que no, que vuelvan mañana.

Paquita no es Ana. Ella no tiene estudios. La enseñó a defenderse su madre con las pocas letras y números con las que ella se desenvolvía. Su vida desde bien niña pasó entre sábanas, camisas y vestidos ajenos que ella se encargaba de lavar y planchar en casa de una familia de alta alcurnia. Mucho fregó de rodillas y mucho la duelen ahora que tiene 79 años. A ello se suman la artrosis de las manos y descompensaciones varias que achaca a la mala alimentación y a trabajar ‘como una burra’. En su pueblo había consulta médica dos veces a la semana y desde este verano solo una. «Dicen que somos pocos, que vayamos a la cabecera, que hasta aquí no pueden venir para vernos solo a dos. Y más que las rodillas me duele el olvido, que ayer fue el bar y hoy el médico y mañana, el entierro». ¡Ay qué dolor, Paquita!
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