Imagen Juan María García Campal

¡Ay dios, qué de dioses!

02/12/2020
 Actualizado a 02/12/2020
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No se prevengan los pastores de dispar creencia ni los fieles de sus rebaños, practiquen o no la doctrina que dicen profesar. No pretendo escribir un texto antidios. No sabría. Cómo escribir contra algo de cuya existencia dudo. Sería necedad. Y de esa, me da que ya vamos sobrados en casi todos los aspectos del vivir. Pruebas de ello hemos visto recientemente. Qué digo hemos visto, si bien podría estar viendo una de ellas ahora mismo, en directo, si no tuviera que escribir este texto, este ¡ay dios!, este dolor o lástima.

Que dios, que «la religión no es más que un reflejo fantástico, en las cabezas de los hombres», ya lo dijo Engels con gran razón. Es decir, la idea de dios es una creación de nuestro cerebro y, por lo tanto, racional. Tan racional como tantas otras irracionales de las muchas que observamos en el devenir humano. No tanta razón, creo, tenía Marx con su sentencia de que las religiones son el opio del pueblo, pues están en decadencia dadas las muchas rivalidades que les han salido en estos tiempos modernos.

A qué sino a uno de estos nuevos opios se puede deber la masiva enajenación, el duelo universal, el espectáculo dado por radios y televisiones con motivo de la muerte de un jugador de fútbol, nada ejemplar por otra parte en sus otros comportamientos públicos y privados y más si tenemos en cuenta su, en tiempos, alta calidad como futbolista. Y todo este desconsuelo mientras tan solo en este país crecía y crece el número de muertos (9200 en noviembre) por el coronavirus. Pero se sabe, estos muertos quizá tan solo fuesen de los héroes que como tales definía Robert de Niro en la película Sleepers (Los hijos de la calle). De esos que se levantan a las seis de la mañana para… trabajar y conquistarle pan, horas y días a la vida. Muertos humanos, demasiado humanos, como para que se duelan o apenen, por sencillo y debido respeto, el gran número de fervorosos rebañegos con que uno comparte circunstancias.

Mas nunca faltarán dioses de barro creyéndose protagonistas de la historia si no sus salvadores. Así, contra todo criterio científico, la mesiánica Ayuso realiza su hechizo o milagro hospitalario: querer un hospital de ¿pandemias? y lanzar su canto de sirena, después, eso sí, de que su coste público se haya más que duplicado y de que su partido haya recortado y semiprivatizado la sanidad pública.

Lo siento por el dios de la economía, pero, aun luces y colores, yo prefiero ayudar a salvar la sanidad. ¡Ay dios, condenado me veo!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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