18/01/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Creo que fue la ministra Báñez, esa eminencia política que pasará a la historia de España como la primera ministra de Trabajo que llegó al frente del Ministerio sin haber cotizado un solo mes a la Seguridad Social, ni como autónoma ni por cuenta ajena, la que afirmó que los jóvenes españoles que emigran al extranjero buscando un puesto de trabajo lo hacen no por necesidad sino por espíritu de aventura. Lo recordé esta semana viendo en este periódico la noticia de que una empresa mejicana se disponía a seleccionar a doscientos jóvenes leoneses que quisieran ir a trabajar a México, cumpliendo de esa manera el compromiso de sus directivos con la tierra del fundador de la compañía. La fotografía de éstos con el alcalde de León, éste con una sonrisa de oreja a oreja, como si en vez de exportar a sus mejores jóvenes se dispusiera a recibir una inversión millonaria, me recordó a aquellos padres de la posguerra que, ante la imposibilidad de dar a sus hijos un futuro mejor que el suyo, aceptaban con agrado que los curas se los llevaran al Seminario quitándoselos de esa manera de encima y, aún peor, a aquellos reyezuelos medievales que entregaban complacidos a las mejores doncellas de su territorio al moro para que este los dejara en paz.

Desde hace mucho tiempo, la provincia leonesa se desangra viendo cómo su población envejece y mengua entre otras cosas por la emigración masiva de los más jóvenes, que no encuentran un futuro en ella. Ocurre en las ciudades y ocurre en todos los pueblos. Así las cosas, que el alcalde de la capital reciba con alborozo a unos empresarios extranjeros que se quieren llevar a los pocos jóvenes que le quedan a la ciudad y que se irán sin mucho dudarlo como los niños del cuento de Hamelín detrás del flautista (¿qué otra solución les queda?) sólo indica el grado de resignación de nuestra clase política provincial. O eso o que, como la ministra Báñez, son tontos y de verdad creen que emigrar es una aventura, en cuyo caso los que deberían emigrar son ellos.
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