jose-miguel-giraldezb.jpg

Avelino Hernández: paseo por el amor y la vida

12/04/2021
 Actualizado a 12/04/2021
Guardar
He leído con infinito gusto ‘Avelino Hernández, desde Soria al mar’, el libro que firma Teresa Ordinas y que acaba de publicar, bellamente, como siempre, Editorial Rimpego. No se trata de una biografía al uso, sino, más bien, de un paseo por la vida, por el amor y la vida. Pues Teresa Ordinas es la viuda del gran Avelino Hernández, y, como sucede con la literatura del soriano, su prosa es también exacta y delicada, ajena a los envoltorios vanos, tan emocionante como carente de afeites, directa a la médula de los sentimientos y a la limpia y escueta interpretación de todos los asuntos.

Leer este hermoso libro, resultado de la convivencia de muchos años, de los apuntes del natural, pero también de la lectura que Teresa Ordinas hizo de muchos documentos y carpetas de Avelino Hernández, tiene mucho de homenaje al que fue un gran escritor, siempre poco amigo de ser celebrado como tal, siempre pegado a la tierra y a sus perfumes, oficiante sereno de lo sencillo y lo auténtico, sin asomo de ruido, tan afín al paisaje desnudo y verdadero que le vio nacer y que él aprendió a leer como un manuscrito.

Ya en abril de 2016 tuve ocasión de escribir en estas mismas páginas una reseña sobre el que puede ser considerado, quizás, su mejor libro, ‘Donde la vieja Castilla se acaba: Soria’. Rimpego acababa de rescatar este texto magnífico, revelador de una posa pura, enjuta, poética en el machadiano sentido de la palabra, una mirada sabia y personal de la tierra, sin aditamentos, un libro de viaje que es mucho más que eso. Como gran conocedor de Avelino Hernández, Julio Llamazares, que lo acompañó muchas veces a la búsqueda de los pueblos perdidos de Soria, y al que Avelino celebraba como uno de sus autores favoritos, se encargó del prólogo. Llamazares ha defendido que Hernández es un clásico de la literatura en lengua castellana al que siempre hay que volver.

Y con ese espíritu, claro está, me he acercado al libro de su mujer, Teresa Ordinas, quien mejor lo conocía (aunque eran muchos, muchísimos, los que lo conocían bien: un hombre abierto a la gente y a la amistad como celebración cotidiana de la vida, eso era Avelino Hernández). Estas «notas biográficas», como ella las llama, que en realidad son un viaje vital emocionante, un canto al amor y a la amistad, una descripción de la comunión de Avelino con la tierra, con muchas tierras (no sólo Soria, aunque sobre todo Soria), están pobladas de sencillez y naturalidad. Se diría que se leen como se come el pan, como se bebe el agua. O el vino inspirador.

Son notas, finalmente, sobre una ausencia, pero están llenas de alegría y pasión. Avelino Hernández no es en este libro algo del pasado. No es tampoco un relato sobre la nostalgia. Al contrario, parece una evocación llena de vida, casi táctil en muchas ocasiones. Vuelve Teresa a cada instante de aquella existencia en común, dura a veces, esperanzada siempre, desbordante de ilusiones y proyectos. Y vuelve para traerla al presente con toda su fuerza y su luz. Con humor, muchas veces, con esa naturalidad de las cosas verdaderas. Es un rescate sereno, tierno, lleno de amor y de intensidad, de una figura que no deberíamos olvidar, ahora que lo olvidamos casi todo.

Aunque el libro empieza por el final, como se nos advierte, con ese recuerdo de la despedida de Avelino Hernández en Mallorca en el verano de 2003, tras una cruel enfermedad, con ese navegar herido de los últimos días, lo cierto es que este libro en torno al viaje vital de Teresa y Avelino es un cántico a la alegría de la naturaleza, a la celebración de la existencia. Lo que se nos entrega es un detallado itinerario, un relato vigoroso del camino, siempre desde la mirada de Teresa, claro es, pues ella es quien lo escribe, pero con cierto espíritu de fotógrafa que logra espléndidas instantáneas de los momentos más importantes, algunos conocidos, pues fueron públicos, pero la mayoría de ellos muy personales. Esos que, de no ser por este relato, no conoceríamos. Teresa es testigo en primera persona de toda una vida, es la privilegiada narradora no sólo de la biografía de Avelino Hernández, sino de la de ambos, y de la de otros muchos, todo un grupo humano que se movió entre lo azaroso de aquellos tiempos difíciles y la alegría de la libertad.

Leer este libro es saber mucho más de nuestra intrahistoria. Descubrir lo que late dentro de seres humanos en tiempos complejos. Conocer hasta dónde puede llegar la pasión por la tierra, por la gente, por la cultura popular. Y no es fácil tener acceso a asuntos tan personales, por más que sepamos que Avelino Hernández fue un autor muy prolífico, en muchos campos, y un agitador cultural muy notable, y, sobre todo, un defensor adelantado a su tiempo de una tierra abocada al envejecimiento, al deterioro y al olvido. Cuando hablen de rescatar lo que cada vez es más difícil de rescatar, esa España vaciada pero hermosa, este lugar de caminos polvorientos y rocas desnudas, de tantas ruinas de tiempos mejores, pero en la que aún puede encontrarse un manantial de agua fresca bajo los árboles, piensen en Avelino Hernández.

‘Desde Soria al mar’ no se limita a un homenaje, ni a transmitirnos esa pasión absoluta por la vida y por la tierra. No es un libro de elogios, es un libro de luces auténticas. De la patria doméstica. Es también, claro, un libro de viajes. De un gran viaje. Julio Llamazares siempre encontró en Avelino Hernández una inspiración para sus escritos, y, de manera especial, para ‘La lluvia amarilla’, y yo creo que podemos concluir que sin duda estamos uno de los grandes redescubridores de este género (el viaje es el verdadero origen de la literatura, desde la Biblia, desde Homero, desde Dante). Alguien que, como se dice en este libro, pretendió alejar el relato viajero de esa liturgia que parecía haber establecido de modo inamovible el ‘Viaje a la Alcarria’.

Sentirán un gran gozo leyendo ‘Desde Soria al mar’. Una sensación de emocionante autenticidad. Hay, claro está, muchas páginas dedicadas a los tiempos de la clandestinidad, a la militancia en la Organización Revolucionaria de Trabajadores, y cómo eso, y la muerte de Franco, y la llegada de la democracia, fue modelando sus vidas, sus viajes, esa existencia nómada de casa en casa, entre la ciudad bulliciosa y tantas veces agobiante y la soledad del campo, tan buscada, entre Madrid y Aranjuez, y Barcelona, y Sevilla, y Valladolid, y por supuesto Soria, Ávila y, finalmente, Mallorca. Con Irlanda y Escocia, y París, también, en el corazón. Es una larga historia. De esas que hay que leer al lado de un manantial. O cerca de un río.
Lo más leído