01/02/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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León aún bosteza. Llueve y el único movimiento de tráfico es de las camionetas de reparto que ya llevan un rato en danza. Los taxis, a cuentagotas, van llegando a la estación de tren de la capital leonesa dejando allí a quienes tienen que emprender un viaje aún más largo. Una docena de personas esperan ya subirse a su destino, pero apenas han dado las 7:30 y el silencio lo rompe la cafetera de la pequeña barra entorno a la que se crean las primeras conversaciones del día. La megafonía anuncia un atraso en la hora de llegada del convoy con dirección a Madrid. No es un novedad. Poco a poco van llegando más parroquianos a una estación que promete crecer para dejar atrás el fondo de saco y yo aprovecho para contemplar por dónde irá la nueva estructura de las instalaciones, tantas veces y tan bien explicado siempre por el compañero Alfonso Martínez. A pesar de que aún es de noche y de la inoportuna lluvia, veo sobre terreno los planos que él cuenta. La matraca de la megafonía dice ahora que va a llegar el tren, con que es tiempo de despedidas apresuradas, de apurar el cigarro en el andén y de buscar el aposento en el que pasar las próximas dos horas largas que separan León de Madrid.

Es inevitable en ese momento acordarme del apeadero de Feve en la Asunción. Allí hace unos meses comencé otro viaje, también por vías pero tan distinto que el paisaje ni me suena si comparo uno con otro. En ese caso no había maletines, pero sí carritos de la compra. También viajó conmigo en el vagón por aquel entonces una bicicleta y un par de paisanos que volvían a casa después de la consulta del médico. Fluían entonces las conversaciones entre asientos porque las caras eran conocidas y de compañía también iba el traqueteo de los vagones, ese que se deja sentir en los riñones cuando pasas de Cistierna. Nada que ver con los cómodos asientos del AVE, donde sí hay bar. No como en Feve, que ya no queda apenas ni donde sacar un triste botellín de agua si el viaje es largo y el viajero poco previsor. De la velocidad, ni hablamos y, consecuentemente, de las vistas tampoco. En la vieja ruta por donde llevaban el carbón de León a los Altos Hornos sobran las postales, pero en el AVE lo único nítido es lo que viaja dentro del vagón. Dicen que este tren ha traído mucho bueno a la provincia, que no lo dudo, y solo piensan en mejorarlo. Más velocidad, más estación, más y más y más. De Feve rumorean que tiene los días contados, que cada vez lo utiliza menos gente, que no es rentable aunque sí necesario para los vecinos del medio rural que surca. Y me vuelvo a acordar del compañero Martínez y de aquel titular que salió de boca de quienes en este olvidado tren encuentran la integración en el territorio: «Si quitan el tren, joden a mucha gente». No es un AVE que vuela, no sirve para la cazuela.
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