12/04/2018
 Actualizado a 07/09/2019
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Llegar a León desde Vegas costaba en los felices años veinte del siglo pasado unas tres horas y media, si ibas andando, y dos y pico si lo hacías a lomos de un burro o una mula. Por eso, a finales de esa década, unos cuantos de mi pueblo se reunieron en concejo y decidieron que comprarían un autobús. Fueron cerca de cuarenta los firmantes del acuerdo y hasta contrataron a un conductor, también de Vegas, y desde entonces les fue mucho más descansado venir a León al médico, a comprar o a pasar el día. Como los de Villanueva y los de Lugán son, de toda la vida, unos envidiosos del copón, también a ellos les pudo la golisma y también se hicieron propietarios de un autobús; con lo que, en pocos kilómetros, había tres artefactos de similares características que, en régimen de cooperativa, hacían más cómoda la vida a la gente.

En los dos pueblos que uno mejor conoce, Gradefes y Vegas, las circunstancias socioeconómicas eran muy distintas. En Gradefes había tres o cuatro propietarios que se repartían casi todas las tierras del término municipal. Los demás eran obreros del campo o aparceros, todo lo más. Sin embargo, en Vegas, la tierra estaba mucho más repartida. Casi todas las familias tenían un pedazo, mayor o menor, de su propiedad. Esto fue debido a que, a finales del siglo XIX, el dueño de la tierras, el Conde, decidió venderlas y quien pudo (repito que casi todos los vecinos), compraron de acuerdo a sus posibilidades.

Vegas y su comarca eran, en aquellos años, un monocultivo de fréjoles y unas pocas heminas de cereales. Hasta hace pocos años cada vez que uno aterrizaba en Boñar era recibido, por parte de los viejos del lugar, encabezados por el ‘Cordobín’, con un "¡coño!, ya está aquí el frejolero". Los fréjoles eran de una calidad extraordinaria, hasta tal punto que siempre los utilizaban los almacenistas de La Bañeza como muestra para enviar a toda España (esto me lo reconoció, en trance de muerte, el fundador de uno de los mayores almacenes de la localidad). No los de su zona, no; los del Condado. Por eso, en Vegas, no se vivía mal. Hasta hubo gente que logró, en aquella lejana época, mandar a estudiar una carrera a alguno de sus hijos a la capital. Porque en todos los pueblos había escuelas, regentadas por maestros que pagaban a escote entre los vecinos. Seguramente los pagaban poco y mal, pero ya era algo. En cambio, en León, la mayoría de los colegios los regentaban los curas, con lo que esto significa a la hora de aprender.

Quiero decir que en los pueblos había vida y gente: como ahora, lo mismo. Esto viene a cuento porque en la última visita de la vicepresidenta a estas tierras que tan bien conoce, la doña va y se descuelga diciendo que "la salvación de los pueblos se logrará con la tecnología y el turismo". Estaría muy bien que todos los lugares de esta provincia tuvieran banda ancha y, si es posible, acceso gratuito a Internet, no cabe duda. Pero de ahí a pensar que esto lograría fijar la población es, una boutade. ¿O es que la gente abandonaría sus casas de Madrid, Valladolid o el mismo León para trabajar desde su casa en el pueblo? Uno entre un millón, seamos serios. ¿O es que todos los pueblos y aldeas de esta provincia tendrán una casa rural, un restaurante o un bar de postín para atender a los ávidos turistas procedentes de todos las ciudades de España que nos invadirán como hicieron los romanos y los godos? Como diría cualquier leonés, dependiendo de su comarca de nacimiento, "¿lo qué?, ¡mande!, ¿y luego?". Hay que recomendar a la señora vicepresidenta que no beba tanto prieto picudo, aunque la den una tapa gratis. Es malo beber tanto: estropea el cerebro, destruye la neuronas, como los porros, y nos hace decir tonterías cuando no queremos. Las población se fijará en un pueblo si este tiene los servicios imprescindibles para poder llevar una vida digna: ni más, ni menos. Los demás son estupideces y ganas de marear la perdiz. O de engañar a los incautos que votan en las distintas elecciones esperando que estos sujetos cambien su forma de actuar. Empezando por los viejos, que son, al fin y al cabo, los que sustentan hoy a los pueblos. Es curioso que a este sector de la población, al que no se ha hecho ni puto caso nunca, dando por supuesto que se tenía su voto o que éste era inalcanzable, dependiendo del partido, se les dedique ahora todas las atenciones; es cierto, claro, que desde la dichosa crisis (estoy cada día más convencido que fue el propio capital quien la inició y la alentó), apenas se les ha subido la pensión. Porque subir un 0,25 por ciento al año es un desahogo, una desfachatez, una falta de respeto. Pero que los mismo partidos que odiaban a los viejos hace cinco minutos (Podemos a la cabeza), se acuerden ahora de ellos, aprovechando la ola, es, sin duda, incomprensible y, por supuesto, otra tomadura de tupé. Salud, anarquía y tres cada día.
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