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Ausentes de lo cotidiano

25/03/2023
 Actualizado a 25/03/2023
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Juan pasa desapercibido, mimetizado en un pupitre de la clase. Aunque expectante, se hace pasar por ausente. Hoy protagoniza una de esas escenas intrascendentes que con mucha frecuencia jalonan nuestras días de aula y que solo recuperan el sentido cuando repasamos los acontecimientos diarios al final del día, analizándolos desde la perspectiva de la distancia temporal, pero no emocional.

Juan observa cómo se mueven los hilos de la clase y nada le es ajeno. Todos los aconteceres se reflejan en el espejo diáfano de su pupila azul. Ojos que miran y ven, corazón que empatiza y padece.

Dos filas más allá de Juan, un niño sufre en silencio las chanzas de sus iguales. La frustración envuelta en dardos burlescos sobre la diana inocente. El corderillo expiatorio que recibe los salivazos de los insatisfechos. Y el niño y Juan llegan a casa afligidos, el primero escondido en su habitación se quiere morir mientras la pena le ahoga y la rabia se consume. Y no quiere que nadie se entere porque entones le preguntarán «por qué calló hasta ahora». Y Juan le da vueltas al hecho y piensa en escribirnos, y lo hace.

Y arden las teclas de furia y urgencia al ritmo frenético de sus dedos que acarician al que sufre y urgen a quien puede hacer algo por evitar afrentas: «Les he visto cómo te tratan tío, y no hay derecho. Quiero que sepas que puedes contar conmigo pero no te calles, hay que contarlo, si tú no te atreves lo hago yo, que no hay derecho». «El cordero padece, profesora, se ríen, y yo no les aguanto más, quisiera alzar los puños para defenderle. Tenéis que hacer algo».

Juan no destaca en nada, ni falta que le hace, no estudia demasiado, ni habla demasiado, no levanta el dedo para responder ni intervenir para subir nota, ni para ganarse méritos. Pero bien sabe detectar el dolor de un compañero caído por la falta desfachatez de los que necesitan minar a los otros para alimentar su ego y triunfar entre los corrillos de necios y necias.

Juan es uno de esos adolescentes que no aparecen en las estadísticas de víctimas, ni de verdugos, ni entre los índices de fracaso ni de éxito.

Alguien debería diseñar alguna estadística específica que reflejara el porcentaje de sujetos que se encuentran entre los que han decidido declararse ausentes de lo cotidiano. Lo mismo rozaba las tres cifras.

Aunque bien pensado, al cien por cien no llegaríamos, habría que quitar a Juan El Intrascendente, el muchacho de ojos azules que a menudo pasa desapercibido.
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