23/07/2020
 Actualizado a 23/07/2020
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Dormir con pijama y dos mantas en plena canícula hace que en el paraíso redipollejo las cosas se vean de otra manera. Aquí la noticia de la semana no es que los países frugales tiren más o menos del arigón que todos los españolitos de a pie llevamos puesto en la narizona. Barrunto que todos los tiovivos de la cosa pública seguirán girando pese a que llegará Pedro con las rebajas para cuadrar las cuentas, porque una cosa es que no haya que devolver parte del dinero que nos caiga del frugal cielo europeo y otra muy distinta que no nos pongan condiciones para que empiecen a llover los euros. Nadie da duros a cuatro pesetas por mucho que nuestros políticos se aplaudan a sí mismos por lo bien que lo han hecho. No se besan porque no les llega el morro, aunque les falta muy poco para lograrlo.

Vuelvo al surco, que me esnorto, como el tío Ful. Decía que aquí las cosas se ven siempre de otra manera, puesto que la noticia de la semana es que la lluvia, esta vez la de verdad, va a permitir a los paisanos quitar las botas y colgar la azada un par de días para librarse del yugo horario del riego. Aunque también tienen un ojo puesto en La Vecilla y su rebrote del maldito virus, por si tienen que poner sus barbas a remojar.

Decía ayer la tía Teresa en estas mismas líneas que el paisanaje de los pueblos representa «la vieja guardia de la vieja normalidad». La definición no puede ser más acertada, porque solo hay que ver lo que cambian las cosas cuando no están. Ir a comer al bar Madrid de Lillo jamás volverá a ser lo mismo sin que Matilde vaya a la mesa para preguntar por la familia y saber si hemos quedado repletos. También San Bartolo se ha quedado sin vieja guardia. No imagino la fiesta del paraíso redipollejo sin Jesús, sin Marcos Valbuena, que no era de aquí pero ha dormido y cenado en todas las casas del pueblo durante cuatro décadas en las que ha venido primero a tocar la batería y más tarde a comprobar que la orquesta afinaba con el pasosoble.

Quizá sea esta, y no la de tener que llevar mascarilla, la peor cara de la nueva normalidad, la de aquellas personas que no van a poder vivirla y también la de quienes no podremos acostumbrarnos nunca a su ausencia.
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