Aurelio Loureiro: "La muerte puede ser bella si la persona que muere es hermosa"

El escritor de Olleros acaba de publicar ‘La blanca orilla’, nacida de la necesidad de reflexionar sobre una durísima experiencia personal y familiar

Fulgencio Fernández
21/05/2023
 Actualizado a 21/05/2023
Aurelio Loureiro en la reciente presentación  en Sabero. | CARLOS GARCÍA ‘KUBALA’
Aurelio Loureiro en la reciente presentación en Sabero. | CARLOS GARCÍA ‘KUBALA’
En ‘La blanca orilla’, que Aurelio Loureiro acaba de publicar, hay sobre todo «espacio para el dolor y para la complejidad de las relaciones humanas y familiares» pero también para la literatura. La devastadora situación que provoca un cáncer durante años, la llegada del confinamiento, la muerte, la figura del hijo adolescente que madura a golpe de dolor, el autor que mira en primera persona y reflexiona son algunos de los alimentos de este alma dolorida que narra.

– ‘La blanca orilla’ es una de esas novelas que seguramente jamás habrías querido escribir; ¿qué te empujó a hacerlo?
–En efecto; pero no por el hecho de la muerte en sí. La muerte es inevitable. Escribir sobre la muerte también y no tiene por qué ser triste. Lo que no es fácil es escribir contra la muerte. Sólo algunos escritores privilegiados, quizá Cervantes y Quino, lo han conseguido. Pero es verdad que no habría escrito esta novela si no hubiera tenido la necesidad imperiosa de fijar una parte triste de mi vida que no me dejaba avanzar. Plasmar la memoria de esa vida para acudir a ella cuando lo necesitase y conseguir que ella dejase de intervenir en todos los asuntos de mi existencia.

– Podríamos encuadrar esta novela en lo que algunos llaman “literatura del dolor”, que ha producido algunos de los textos más bellos (y muchas veces duros) de nuestra literatura. ¿Qué hay de ficción, de diario, de autobiografía?

– Siempre he huido de las etiquetas, pero dado el asunto del que trata la novela bien podría incluirse si eso facilita su comprensión. Es un texto duro y me gustaría que al lector le pareciera bello, porque hasta la muerte puede ser bella si la persona que muere es hermosa en todos los sentidos. No es un diario, por supuesto. La vida no existe sin su cuota de ficción y en este libro hay un ejercicio literario donde la imaginación es un utensilio válido sólo a veces. ¿Biografía? Sólo en la medida en que hay un personaje que pudiera parecerse a mí. Lo que sí te puedo asegurar es que no hay ninguna mentira. 

– ¿Lo que hay, claramente, es literatura pues, al margen de la historia que cuenta, está el escritor que la cuenta, con las elevadas dosis de autoexigencia que tal vez sea hija de tu larga faceta de crítico o periodista cultural, de lector exigente. ?
– En literatura, como bien sabes, querido Fulgencio, si no pones el listón alto, si te conformas, nunca llegas a nada. Podrás ganar premios, vender miles de ejemplares, alcanzar notoriedad y distinciones, incluso ser un referente para la Sociedad y la Cultura; pero, cuando en la soledad que encierra toda persona, te mires al espejo de la realidad, te darás cuenta de que no eres nada, que no has llegado a ningún sitio. Pues así ha sido con la lectura y, luego, con la aplicación de la lectura al periodismo cultural. La autoexigencia no reside en leer unos libros por creerlos superiores y no otros, sino en llegar lo más al fondo posible de los que se eligen para luego interpretarlos. Al menos, leerlos; lo que no siempre pasa, aunque se dé por supuesto.

– Cómo destruye una estabilidad emocional, una vida, la irrupción de una terrible enfermedad, el cáncer, también llega una pandemia en la que parecía que no había más compromiso que el propio coronavirus?
– Quiero recordar que el cáncer no apareció durante la pandemia, sino muchos años antes, aunque fue durante el confinamiento cuando sentí la necesidad de escribir, no tanto por recrear el momento —que, de alguna forma, ya había hecho en Te alquilo el cielo—, como por ahondar en la cantidad de insensateces que se pueden cometer por culpa de una mala administración del dolor que produce la pérdida. Es un libro de preguntas de difícil contestación, precisamente porque las respuestas no están en mí, sino en agentes externos cuya respuesta es la soberbia, la rabia y el daño.

– ¿Cómo se mantiene uno en pie cuando la enfermedad, además, provoca un terremoto humano casi incomprensible? ¿La figura de tu hijo es el motor para seguir?
–Mi hijo es la vida. La figura de mi hijo es lo que veo cada mañana en el espejo cuando me levanto y lo que veo por la noche cuando me acuesto. También lo era para su madre. Cuando le dije que su madre tenía cáncer él tenía nueve años. Cuando murió, tenía dieciocho, un adolescente que había madurado antes de lo debido. De ahí que lo llame: adulto prematuro. No puedo dejar de admirarlo y nunca olvidaré el daño que le hizo la enfermedad de su madre, el daño de la pérdida aceptada y el daño miserable que le hicieron después los que se creían en potestad del dolor. Pero el terremoto termina y siempre hay un rincón para, a pesar de todo, crecer siendo una gran persona. Yo me conformo, como decía Umbral en Mortal y rosa, con escucharlo crecer. Él es el verdadero protagonista de esa historia.

– La primera parte está escrita en la primavera de 2020. La segunda en el verano-otoño de 2022. En mitad de la escritura regresaste a tu tierra, a tu pueblo ¿Qué buscabas? ¿Te ayudó? ¿Lo necesitabas?
– Volví por el paisaje y el primer día, cuando me levanté, me lo encontré nevado. Supe, entonces, lo que buscaba, si bien no pude verbalizarlo. Llamé a mi hijo y solo le dije: Ha nevado. También supe que si no terminaba La blanca orilla no podría escribir ni una palabra más nunca. Aparqué la novela que traía entre manos (La veta dorada de la que llevo hablando mucho tiempo y cuya escritura era el motivo aparente de mi regreso al pueblo y a la tierra de mi memoria) y, con el cariño incondicional de mi gente, me aislé del mundo para escribir. Lloré cada palabra como si fuera una lágrima de carbón extraído de las entrañas de la tierra hasta que volvió la luz y surgió un nuevo horizonte a partir del cual seguí escuchando crecer a mi hijo.

– En el capítulo 23 escribes: "¿Y no será que usted escribe sobre lo que le impide escribir?"
–Se trata de una frase de Vila-Matas (creo que de Montevideo) que me ayudó a comprender el porqué de la escritura y cómo ésta es capaz de salvarte cuando ya has muerto y resucitarte para imaginar con el viejo Gandalf “la blanca orilla”, el paraíso de las personas justas, luchadoras y con carácter. La vida a veces te impide escribir y así todo te obliga a escribir sobre la misma vida. Nada más lejos de ser que una paradoja.

– ¿Cómo queda uno después de escribir, más bien de desnudarse, ‘La blanca orilla’?
– Agradecido de poder seguir escuchando crecer a mi hijo. Y a Eneo por insuflarme su capacidad de olvido (sin perder la memoria) y su sentido de la justicia. Me refiero al rey griego. Y a mi hijo, por existir y darme la vida. Y a ti por esta entrevista.
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