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Aunque les caiga la intemerata

07/04/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Amar a alguien es decirle: «Tú no morirás jamás». Es frase de un hombre de cuerpo entero llamado Gabriel Marcel. Eran otros tiempos. Y ahí le duele. Eran otros los tiempos, la cultura, la escala de valores, las opciones fundamentales. ¿Mejores o peores? Uno tiene su opinión, pero el riesgo de equivocarse en el juicio es gigantesco, porque hay tantas sentencias como cerebros y tantas perspectivas como ojos. Lo que sí parece es que la humanidad avanza hacia una mayor y mejor humanización, individual y colectiva. Aunque la historia nos enseñe que eso no ocurre sin quiebras, a veces gravísimas, en el proceso. Y sin tensiones ideológicas y políticas y hasta bélicas. Es en esa dialéctica donde acaba por triunfar, no sin fanatismos y apostasías, lo que ayuda a que tomemos una mayor conciencia de nuestra dignidad y derechos, aunque no ocurra lo mismo con el valor que damos a la dignidad y a los derechos de los demás.

Por eso nos hacen falta profetas metidos en la entraña del mundo que nos tiren de la solapa con sus reflexiones, para que descubramos que el ser humano no es un bicho sin sentido, que vaga por el Universo a la espera de que un mal día, uno y los demás, nos vayamos al garete. Alguien que sea laico, parte del ‘laós’, del pueblo, de la calle, conocedor objetivo e imparcial de lo que se cuece cada día en el hogar, en el café, en el taller, en los espacios de comunicación social, y que, con ese equipaje, se atreva a desatarse de lo políticamente correcto y a denunciar lo denunciable, aunque le caiga encima la intemerata. Necesitamos profetas que nos lean, desde dentro y con el afecto de quien es uno de nosotros, la cartilla de las verdades que convencen de que, con palabras de poeta, «somos más que tierra».

A esta altura de mi escrito, cuando servidor quería hoy apoyar a quienes piensan como Gabriel Marcel (a propósito de los desasosiegos que se nos avecinan con las cuestiones del eufemismo de la ‘muerte digna’) y justificar los elogios que merece la bellísima persona que fue D. Evasio Sánchez, cura de la diócesis de Astorga, fallecido hace un mes, descubro que me he ido, acaso provocado desde el subconsciente, a diseñar el perfil de cuantos en la historia han sido el Pepito Grillo que, aguantando embestidas y maldiciones, nos han abierto luces y esperanzas. Desde Jeremías al Siervo bíblico de Yahvé, desde Sócrates a Séneca, desde Buda a Kant, desde Mahatma Gandhi a Jesús de Nazaret. Con este me quedo. Me convenció plenamente en su día y me sigue convenciendo hoy.
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