19/08/2020
 Actualizado a 19/08/2020
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Hoy escribo aturdido (más de lo normal, pensará alguno, y no le discutiré opinión ni juicio). Pero es que hoy es el primer artículo que escribo sin escuchar el silencio de mi siempre presente gato blanquidorado, Jotacé. Se ha ido al arco iris, que es adonde dicen las gentes de buen corazón y mayor sensibilidad que van esos compañeros de varia raza que conviven con nosotros, a los que usualmente llamamos mascotas, y que, brindándonos lo mejor de ellos, nos adoptan bajo la apariencia de adoptados y acaban sabiendo de nosotros –de lo bueno, regular y malo–, de nuestros estados anímicos y físicos, más que nosotros mismos. Sí, hoy escribo aturdido pues hasta La Maga –la gata que nos acompaña y, a veces, desespera(ba)– anda de un sigiloso y formal que bien puedo decir que también anda aturdida, asumiendo la ausencia de su sereno compañero, el filósofo Jotacé. Y no, no concluya. Jotacé no son mis iniciales, son las de Julio Cortázar, pues mi adopción felina fue un 26 de agosto, fecha en que se conmemora el nacimiento del maestro.

Sí, hoy escribo aturdido. Cómo no hacerlo así cuando, en medio de la desesperanzadora y a veces desesperante situación sanitaria marcada por el coronavirus, uno intenta mantener una mínima calma, un mínimo raciocinio y se topa con la noticia de los iluminados manifestantes de la madrileña plaza de Colón negando realidades como la existencia, científicamente probada, del virus covid-19 o la presencia de ingresados por la pandemia en los hospitales. Menos mal que ya profesionales de la sanidad han salido a decirles que si no creen tales verdades constatables que se ofrezcan como voluntarios a los hospitales para trasladar a los enfermos a hacer pruebas, para hacerles compañía, para amortajar a las víctimas y trasladarles a la morgue. Que Francis Bacon y Galileo Galilei, padres del método científico y que tanta luz dieron a la humanidad, les perdone y nadie se ofenda por ellos, quizás sea su única vanidosa victoria.

Sí, hoy escribo aturdido. Que la corona de un rey esculpido (no leer «escupido» por más que, dicho de una persona, signifique «que tiene mucho parecido con alguno de sus ascendientes directos») y sea éste contemporáneo, moderno o medieval, sirva a estas alturas del siglo como acicate a los expendedores de credenciales leonesistas y guardianes de las esencias regionales para llevar a la hoguera virtual a su autor el escultor Amancio González, qué quieren, me aturde. Vivir para ver.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos. Cuiden y cuídense.
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