28/02/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
Estamos ya en primavera, que la sangre altera y eso. El tiempo atmosférico se ha vuelto loco, (algo que ya venía ocurriendo desde lo de las bombas atómicas), se ha desmelenado dándonos temperaturas de abril en pleno febrero. Sí, ya sé lo de ‘febrerillo el loco’, pero se ha pasado cien pueblos. Y, ¡claro!, los bichos, las plantas y los árboles, pobres, se creen de verdad que ya es abril y empiezan a comportarse cómo se comporta un bicho, una planta o un árbol en ese mes: brotan, se desperezan o buscan alimento con un ahínco desmesurado. Pero seguimos estando en invierno, (y más en nuestra tierra), y no tardará en llegar Paco con las rebajas, en forma de heladas no tan tardías, y se lo llevará todo por delante. Recuerdo un año, hace mucho, justo después de que Pablo y Alicia acabasen de publicar en la antigua cabecera de este periódico, un excepcional trabajo sobre los ‘Árboles singulares de la provincia de León’. Me enamoré del ‘Árbol del amor’, en Pombriego. No lo conocía, por lo qué organizamos una excursión para admirarlo. Fuimos por el Bierzo, bajando el Sil casi hasta llegar a Orense. Era por San José y al pasar por Priaranza quedamos con la boca abierta viendo los nogales, (y tienen muchos), en plena floración; algo inimaginable en mi pueblo. Al llegar a Pombriego, nos llevamos un disgusto de aúpa, por qué el dichoso árbol se había declarado en huelga y no tenía ni una triste flor. Volvimos a los quince días, siguiendo el mismo camino y vimos que algo no iba bien al pasar entre los nogales: no quedaba nada de su voluptuosidad anterior; todas su hojas se habían helado y eran de un color negro carbón. Por supuesto, en Pombriego, nos encontramos con el árbol, hermano del que se había ahorcado Judas dos mil años antes, calcinado. Y eso que era en el Bierzo, que, cómo todos sabéis, tiene un micro clima propio, mucho más benigno que el del resto de la provincia. No quiero pensar, si la cosa sigue así, lo que sucederá este año...

Además, y es casi lo más importante, este cataclismo climático también nos afecta a los humanos. A mayores de lo de la sangre alterada, cogemos las peores gripes y catarros en estos interludios de quiero y no puedo. Parecemos cebollas cuando salimos de casa, y, a medida que crece el día, nos vamos quitando la ropa por capas, hasta quedar casi en pelotas a media tarde. Aparte de que es muy desagradable ver las arrobas de carne de la mayoría de los humanos entre los pliegues de la ropa, no es sano. Y nuestra cabeza también se ve afectada. Tengamos la edad que tengamos, (y hablo sólo desde el punto de vista del sector machista de la sociedad, que es el que conozco), nos volvemos locos admirando la obra maestra que hizo Dios con una costilla y una navaja y nos vemos sometidos a impulsos, seguramente malsanos, que nos impiden comer y dormir con la naturalidad que lo hacemos en invierno.

Y no hablo de lo que sucede si, por desgracia, vamos a tomar una cerveza a cualquier bar dónde nos conozcan. Lo normal es que acabemos hablando de fútbol o de política y ahí sí que se jodió todo. Entre el calor que hace en la calle y lo bien que entra la cerveza fría, no medimos nuestra incontinencia verbal y no es extraño que de pronto nos oigamos nuestra propia voz que responde, muy iracunda, a nuestro compañero de barra, por ejemplo, «eres un animal, un facha de mierda, un carca», a su ataque al libro que el presidente interino, (¡ahora sí!), acaba de publicar. O llamarle estúpido o imbécil porque no reconoce que Messi es el mejor jugador del mundo mundial y parte del extranjero. ¡Hasta tal punto nos afecta la revolución del tiempo atmosférico! Y lo preocupante es que muy poco podemos hacer para combatirla. Lo ideal sería, cree uno, no salir de casa... Pero nos aburriríamos como ostras reumáticas y seguramente es peor el remedio que la enfermedad. Aunque no...; tendríamos que pedir a los diputados que aprobasen una ley que impidiera a los políticos salir de su casa en tiempos graves inclemencias meteorológicas, da igual que nos encontremos bajo los efectos de anticiclones o de borrascas, porque, por lo visto, sus señorías están permanentemente afectados y, en consecuencia, se pasan las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio, por lo que, indefectiblemente, se les seca el cerebro y no dicen más que tonterías.

Igualmente, afecta sobremanera a los que, impedidos por sus votos sagrados, (pobreza, santidad y obediencia), se los pasan por el forro y se la pelan, en compañía no deseada, de cualquier efebo que les ha trastornado su lamentable existencia. Es una pena, cómo veis, que el tiempo atmosférico nos desestabilice de una forma tan atroz y nauseabunda...

Salud y anarquía.
Lo más leído