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Atila, el destructor de iglesias

06/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Desde la carretera no parecía en tan mal estado, con su rústica espadaña de piedra cubierta de yedra. Pero cuando entramos, vimos que la habían vaciado. En medio de una arboleda de robles y castaños, una iglesia sin santos, sin retablo, sin campanas. Es una sensación extraña: como toparse con un cadáver. El alma lo ha abandonado. Le preguntamos a un paisano de Morla de la Valdería que había sucedido.

– Una tarde que estaba todo el pueblo reunido en concejo, llegó el cura con dos camiones y se llevó los tres altares y todas las figuras. No pudimos salvar nada. En su lugar nos dio unas estatuas de yeso. Se llamaba Domingo, espero que esté en el infierno.

¿Y no lo denunciaron? «Ay, hija eso sucedió hace más de 40 años, mandaban mucho los curas por entonces. Luego conseguimos dinero para poner unos bloques de hormigón para que no se cayera. Hace unos diez años, como no tiene puerta, vino un desalmado y se llevó la pila bautismal. Y otro día, las campanas. Ahora estamos a ver si conseguimos 4.000 euros para arreglar el tejado. Los vecinos venimos de vez en cuando a limpiarla».

Esta historia de un sacerdote como Atila ha sucedido en nuestra provincia demasiado a menudo. En el pueblo de mi padre, Valdesandinas del Páramo, el cura decidió tirar la iglesia de piedra. Había que restaurarla, salía más rentable construir una nave de bloques de hormigón. Dónde iba a parar. ¡Hasta se podía poner calefacción! Buena parte del pueblo se opuso; entre ellos mi padre, mi abuelo y su familia, y mucha gente sensata. Otra, apoyó al cura. Faltó poco para que llegaran a las manos. Mi abuelo nunca lo olvidó. Decía, con esa mirada pétrea de labrador, «una nave agrícola, eso es lo que han puesto en su lugar. Para guardar aperos». Y eso es lo que hay efectivamente. El cura decidió indultar el precioso campanario con su espadaña y ahora a sus pies se levanta una nave de bloques. El contraste es aterrador.

La siguiente iglesia que cayó fue la del pueblo de al lado. La de Villazala. Aquí la nave en vez de bloque de hormigón gris, tiene bloques de hormigón amarillo. Una concesión a la estética de la zona, digo yo. El cura vendió los retablos barrocos. Los compró mi tío. Los mandó restaurar. Los tuvo en la entrada de su casa durante décadas. Ahora que ha muerto los ha donado de nuevo a Villazala. El cura, que ya falleció, siguió tirando iglesias en la zona. Sentía dentro de sí la llama de un fuego purificador. Espero que arda en el infierno de los destructores de patrimonio, junto al de Morla y a muchos alcaldes y concejales de urbanismo de toda la provincia.
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