Asperger, una realidad sin trampa ni cartón

"A veces soy un poco diferente a la norma, y según en qué circunstancias, ser diferente es un superpoder"

Sofía Morán
21/02/2021
 Actualizado a 21/02/2021
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El pasado jueves 18 de febrero se celebró el Día Internacional del Síndrome de Asperger, un trastorno frecuente, que fue descrito ya por primera vez en 1944 por el psiquiatra austríaco Hans Asperger, y que, sin embargo, hoy sigue siendo un perfecto desconocido no sólo para la población general, sino también para muchos profesionales de la salud, profesores y educadores.

Hace un par de años, era Greta Thunberg, la adolescente sueca que abanderó la lucha estudiantil por el cambio climático, quien puso en el mapa este síndrome publicando en sus redes sociales: «Tengo Asperger y eso significa que a veces soy un poco diferente a la norma. Y según en qué circunstancias, ser diferente es un superpoder». Y como de lo que no se habla no existe, en realidad son este tipo de cosas las que hacen falta. Dar visibilidad, luz y altavoz, normalizar el trastorno, para romper de alguna forma el estigma, para que la sociedad conozca un poco de qué va todo esto.

Sin embargo, la referencia más habitual, esa que siempre tenemos en la cabeza cuando escuchamos hablar de Asperger, es la de Sheldon Cooper, uno de los protagonistas de la conocida serie ‘The Big Bang Theory’. Ya saben, ese genio divertido con una vida plagada de estrafalarias rutinas.

El problema de la ficción siempre que se abordan este tipo de temas, es ese gusto descarado por adornar el personaje, y el trastorno en sí, asociándolo a las altas capacidades, a la más absoluta genialidad. Así nos ayudan a idealizarlo, asumiendo la idea de que esto va de genios superdotados, y dejando de lado una realidad diferente, más compleja y más de verdad.

El Síndrome de Asperger es una alteración del neurodesarrollo, un trastorno severo que actualmente se encuadra dentro del espectro autista, y comparte con él sus características más representativas: dificultades en la comunicación social y la rigidez de comportamiento y pensamiento.

No está, sin embargo, asociado a discapacidad intelectual, y los aspectos formales del lenguaje no están alterados.

Son sin duda peculiares, con intereses restringidos y absorbentes, y no toleran bien los cambios en sus rutinas conocidas.

Son ingenuos, desconocen por completo los códigos de conducta que están implícitos en la sociedad, esos que todos adquirimos desde la más tierna infancia. Les cuesta mucho mantener el contacto visual y no son capaces de descifrar el sentido de los gestos o el tono de la voz. Dicen lo que piensan, sin filtros, sin artificios.

Imaginen por un momento cómo es eso de salir al mundo interpretándolo todo de forma literal, sin entender los dobles sentidos, las bromas, el sarcasmo, la ironía o la falsedad en la que se sostienen muchas relaciones personales y laborales. No manejan los convencionalismos sociales con los que funcionamos hasta para bajar a comprar el pan.
Ellos funcionan sin dobleces, ‘a calzón quitado’, todo el tiempo.

Y mientras los demás vivimos en esta burbuja de postureo constante, de ‘bienquedismo’ y siguiendo a rajatabla las enseñanzas de lo políticamente correcto, ellos son kamikazes sociales, a los que, por supuesto percibimos como torpes, frikis o bichos raros.

Y es que, perdónenme el cinismo que me gasto, pero somos muy de aplaudir la diversidad, siempre desde el sofá de casa. Es allí donde nos sentimos la mar de inclusivos y respetuosos, donde nos emocionamos hasta la lágrima con esa noticia del niño con necesidades especiales al que nadie invita a los cumpleaños.

Pero es en la calle donde el tema del respeto y la empatía nos cuesta un poco más, es ahí donde la diversidad o la discapacidad nos estorba, nos molesta e incomoda. Las miradas de incomprensión o rechazo cuando un niño no se comporta como esperamos, son un clásico del parque, casi tanto como el tobogán. «¡María, que no juegues con el niño ese que hace cosas raras!». Nos ponemos la camiseta con mensaje o el lacito, compartimos algo acorde en nuestras redes sociales, pero nos jode ese niño con necesidades especiales en la clase de nuestro hijo, por si retrasa los objetivos académicos.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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