Asperger, la realidad sin filtros

Por Sofía Morán del Paz

Sofía Morán
24/02/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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¿Sabrían decirme en qué consiste el síndrome de Asperger? Si saliera hoy mismo a la calle, micrófono en mano (uno verde, siempre verde) y dispuesta a realizar una pequeña encuesta, estoy convencida de que la mayoría de personas no sabrían definir con claridad a qué nos referimos cuando hablamos de Asperger.

Algunos me hablarían de la serie ‘The Good Doctor’, y unos cuantos más, nombrarían a Sheldon Cooper, uno de los protagonistas de la conocida serie ‘The Big Bang Theory’. Los que nombraran un par de características fundamentales de este síndrome, recibirían un aprobado más que merecido.

El problema de la ficción cuando quiere abordar estos temas suele ser siempre el mismo, ese afán por adornar el personaje (y el trastorno en sí) asociándolo siempre a las altas capacidades, forzando la máquina hasta hacerlo divertido y extremadamente ‘cool’, pero dejando de lado una realidad diferente, más amplia y más compleja, más de verdad.

Pero qué quieren que les diga, yo doy por bueno el trabajo de visibilización que nos ofrecen estas series, porque es evidente que, gracias a ellas, a la gente le empieza a sonar de qué va todo esto.

El pasado lunes se celebró el Día Internacional del síndrome de Asperger, un trastorno frecuente que sin embargo es poco conocido por la población general, y también por muchos educadores y profesionales de la salud.

Se trata de un trastorno del neurodesarrollo que actualmente se encuadra dentro del espectro autista, y que comparte con él sus características más representativas: las dificultades en la comunicación social y la rigidez de comportamiento y pensamiento. El Asperger, sin embargo, no está asociado a discapacidad intelectual y los aspectos formales del lenguaje se encuentran preservados. Y no, no es una enfermedad, y por eso mismo no tiene cura.

Son personas que hacen un uso extremadamente rígido del lenguaje, interpretándolo todo de forma literal; no entienden las bromas, la ironía, los dobles sentidos, el sarcasmo, o las metáforas. También tienen dificultades para interpretar los gestos, las expresiones, el tono de voz; las claves de la comunicación no verbal, todo aquello que los demás aprendemos de forma sencilla y natural, para ellos es un verdadero reto. No manejan por tanto esos componentes emocionales del lenguaje, esas estrictas normas sociales que usamos cada día para relacionarnos con los demás (para agradar, para quedar bien, para no ofender…), sabiendo en todo momento lo que se espera de nosotros. Pero ellos no. Ellos funcionan sin filtros. Son directos, evidentes, ingenuos; sin dobleces ni intenciones ocultas. Y nosotros, neurotípicos de a pie que vivimos inmersos en el postureo, ‘el buenismo’ y lo políticamente correcto, les percibimos como frikis, torpes o bichos raros.

Son sin duda peculiares, manejan rutinas muy marcadas que les ofrecen seguridad, y suelen tener intereses restringidos y extremadamente absorbentes. Lo que les gusta, les gusta de verdad.

Se trata de una forma diferente de ver el mundo, de procesar la información.

Vivimos en la era del filtro y la pose; de la mueca que finge ser sonrisa, y el ansia por la publicación perfecta. Malos tiempos para ser ‘el diferente’.

Porque nos encanta aplaudir la diversidad cuando va vestida de traje de fiesta en la gala de los Goya pero, y perdónenme el cinismo, la realidad es otra bien distinta.
La realidad es ver a madres ‘rajando’ en el parque de aquel niño que no se comporta como ellas esperan, padres preocupados por el compañero ‘rarito’ que retrasa la clase de su hijo, y niños aislados jugando solos en el patio de cualquier colegio. Adultos que se saben distintos y tragan con la frustración de no ser aceptados. La realidad es ese esfuerzo por parecer ‘normal’ para conseguir un trabajo o que te alquilen un piso. Una lucha diaria contra la ignorancia de todos los demás. La realidad sin filtros.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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