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Así me convertí en columnista

21/02/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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No tengo muy claro porqué estudié Periodismo, aunque sí es cierto que se juntaron varios factores: era de letras, tenía otras carreras descartadas de antemano y antes de irme al vizcaíno campus de Leoia, mi madre sugirió que hiciera las pruebas de acceso a la Facultad de Ciencias de la Información ubicada en Salamanca. Cinco cursos académicos, cuatro veranos de prácticas, luego, La Revista de León, el Máster de El Mundo, Expansión Televisión y, de repente, siete temporadas después de aquel consejo materno, estaba ‘currando’ de teleoperador en una sórdida oficina. Era 2002 y con veinticinco tacos uno piensa que todo está perdido hasta que descubre Infojobs, adelanta con su breve currículum al exigente pelotón y corona su primera etapa en solitario: un contrato (precario) en la sede central de Europa Press.

La emoción por regresar a este (romántico) oficio duró unas horas, las que transcurrieron entre mi estreno laboral y el ritual de bienvenida en el despacho del presidente. "Mira, José Antonio, ahí está la puerta que lleva a la redacción de esta agencia y esa otra, por la que tú has entrado, conduce directamente al departamento comercial, no me pidas cambiar de lado porque te he contratado para vender", sentenció aquel hombre. Servicios de noticias, teletipos de última hora, videocomunicados, fotos desde la guerra, contenido para webs, traducciones, marcadores, sorteos, variopintas publicaciones y hasta tribunas de opinión.

No me fue mal del todo, debo reconocerlo. Por lo menos, aprendí que la información, antes que fuente del conocimiento, también es mercancía, al peso, por tiempo o capacidad de influencia, según se mire. Intenté sin éxito cambiar de lado, pero nunca más pude contar historias en un diario o en una radio, mis dos grandes aspiraciones. Hace casi un año, con López de testigo y el antiguo Mongogo como escenario, le propuse al director de esta cabecera la necesidad de explicar una situación que, al menos desde mi punto de vista, parecía injusta, "digna de un documental", le solté al espigado fotógrafo. Antes de despedirnos, el de Vegas del Condado fijó la extensión de la pieza, fecha tope de envío y un par de condiciones: "Ni mentiras, ni insultos y, a ser posible, habla de León".

Tras veinticinco entregas aquí sigo, acojonado con este folio en blanco, agradecido a ese puñado de lectores que me buscan cada quince días y encantado de contar historias a través de esta columna dominical. Gracias por la oportunidad.
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