27/02/2022
 Actualizado a 27/02/2022
Guardar
Existen especies al límite de la considerada animal, las ascidias, que nacen siendo pequeños renacuajos nadadores, antes de convertirse en parásitos pegados a una roca, inmóviles el resto de su vida. En esa metamorfosis se comen su propio cerebro, cuya única función era buscar asentamiento. Una vez situados, ese órgano se reconvierte en boca ya que alimentarse será su única labor desde entonces. Se encuentran en los ecosistemas marinos y en los grupos de juventudes políticas.

Fuera de los fondos marinos, las ascidias de tierra se conocen como cachorros. Palabra que, referida a humanos, inquieta tanto como barones con ‘B’, piedra a la que se aferran antes de mutilar su propio cerebro para ser aleccionados y reconvertirlo en boca agradecida. Viven en manadas jerarquizadas con machos alfa, hembras beta y neonatos que se reproducen muy bien en cautiverio, muy mimados en sus primeros años, antes de optar a la escalada social dentro de la manada. Pueden llegar a sacrificar a sus crías en casos extremos de supervivencia, respetando a las hembras para procrear de nuevo. En realidad, acabo de describir la forma de vida de los lobos. Se desconoce cuándo se produjo el cruce de las ascidias y los Canis lupus, dando origen a ese híbrido llamado políticos prefabricados. Parásitos que pretenden pasar de la incubadora a gobernar países, para desesperación de cualquiera en su sano juicio y, supongo, de los políticos que ejercen su oficio a pie de calle.

Ojalá el esperpento que acabamos de vivir haga reflexionar a los machos alfa y las machas beta y vean que su sistema no funciona. No se puede malcriar a los cachorros entre los algodones del partido, aleccionados hasta el punto de padecer de cerebro vago. No pueden poner a esa España que tanto proclaman, en manos de niñatos sin conocer el mundo real, lo que es sacar títulos académicos por méritos propios, trabajar por sueldos miserables y sin coche oficial a la puerta. Es peligrosa la suelta de cachorros educados en la falta de principios, las corruptelas, el clasismo, el todo vale para conseguir el poder y el vale todo, para conservarlo.

Hoy, con la perspectiva del tiempo (cuando una semana parece un año) cambia la visión del lobezno que, una vez desprovisto de cerebro propio, emanciparon prematuramente. En realidad, ejerció con disciplina su papel de oposición. Oyó que consiste en oponerse y se opuso. A todo. Empezó con aquel confinamiento que se produjo con retraso y una vez confinados, era una dictadura que debía acabar de inmediato. Y continuó con un NO a todo, de forma permanente y pueril, hasta provocar vergüenza ajena. Qué poco aportó al país ese repelente niño Vicente que en los recreos iba a Bruselas a impedir que llegasen ayudas económicas a esa España que tanto defiende. Y llegadas las ayudas, regresó para chivarse y cuestionar si estaban siendo bien usadas por el Gobierno de esa España tan suya. El mismo que se negó a aprobar una reforma laboral que beneficia a millones de ciudadanos de su España, mucho España. Pudo parecer el opositor más oponente, aunque fuese a costa de mentir, contradecirse, embarrar cualquier asunto, calumniar y perderse él mismo en una improvisación permanente. Pero no. Su camarada, cachorrita más espabilada y más española aún, le comió la merienda oponiéndose más todavía, comprando votos y vendiendo libertad, sin imaginar que un día le pedirían las facturas y los contratos de sus fechorías. Constará en los anales del PP la lucha fratricida entre dos de sus cachorros que, con el mismo adoctrinamiento, creyendo que el fin justifica los medios, ambos dijeron la verdad como saben hacerlo: mintiendo. Uno llamado ‘denunciar la corrupción’ y la otra ‘espionaje’ a lo que viene siendo lucha de poder.

En el espectáculo de esos días, digno de un capítulo de Fauna Ibérica, hemos visto a los jefes de la manada cortar el viento con las orejas de punta, a separar a sus lobeznos, mordiéndose las yugulares, y practicando esa ‘democracia interna’ con la que se fulmina a un líder por asfixia. Debe ser duro madurar en tan pocas horas, sentir la traición colectiva de sus compañeros, mutados en Judas, dándole la espalda como ascidias disciplinados. Tan vergonzoso como ese final de la noche de autos, en la que los machos alfa acorralan con nocturnidad y alevosía al cachorro-líder en un claro del bosque Génova, donde sacrifican a su cría, pendientes de las audiencias disparadas, esperando la dimisión en diferido. El repelente niño Vicente pagó cara la torpeza de enlazar el término ‘corrupción’ al nombre de una camarada, olvidando que la palabra tabú sólo debe asociarse al ‘no me consta’, consigna del partido, para tontos. Es cruel exigir tanta memoria a quien cedió el cerebro en el trasvase de ascidia a cachorro y lo cambió por una boca, con la que sigue defendiendo la inocencia de sus actos. Cómo explicar a esa criatura que es más difícil hacernos los tontos que serlo.

Por simple humanidad, mi antipatía por el personaje ha revertido en lástima.
Lo más leído