Ascensores y baños

Estamos logrando desterrar las fotos de tazas de café por la mañana y cañas por la tarde de las redes sociales. Y no es un tema menor, que significa que seguimos evolucionando, que el progreso no para. Publicar cada día una imagen de «mi primer café» o «tomando un caña» fue descubrir las posibilidades de las nuevas tecnologías que revolucionaron la rutina igual que hace miles de años en las cuevas aprendimos a untar un dedo con pigmentos para desdibujar los ciervos que deseábamos cazar esa mañana. Así empezó entonces el arte aunque faltara todavía bastante para Miguel Ángel. Pocos pudimos esquivar tentación tan jugosa como difundir alguna taza humeante en la cocina o en la barra metálica de un bar. O esas cañas en terraza con amigos cuando la mayoría trabaja. Qué gustazo. Quedarán para la prehistoria del postureo como un tostón insufrible de información innecesaria sobre nuestros semejantes.

En aquella primera época se podía posturear (intentar persuadir a los demás de que gozamos de una vida envidiable, aunque sea porque tomamos café por la mañana) incluso sin que se nos viera esa sonrisa impuesta de la felicidad perenne. La segunda época, que todavía andamos por superar, es la dictadura del selfie. Nosotros en cualquier lugar con ese gesto en que nos vemos más guapos y repetimos hasta el aburrimiento. Sin embargo, la siguiente batalla evolutiva urgente por ganar es la extinción de los selfies de ascensor. Esos con los que nos deleitan nuestros contactos cada vez que salen de casa aprovechando la buena luz y un espejo grande. Juntos como mucho serían una cutre imitación de Warhol. Y peor aún, la ordinariez de selfies frente al espejo del baño, con grifo en primer plano, para enseñarlos el outfit elegido tirando de fondo de armario. Bonito alicatado. Tan entretenidos como cuando el cine en pañales grababa la trepidante escena de un tren entrando en la estación. Hay consuelo. Llegaría ‘Ciudadano Kane’ o ‘La gran belleza’. Paciencia.