17/01/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Los hombres, al principio, vivían solos, a lo más con su familia. Andando el tiempo, cuando lograron cultivar las semillas que nacían libres en los campos próximos y domesticar a los animales más mansos, se unieron varias familias, dando lugar a los primeros pueblos. Cuándo éstos se hicieron más grandes, llegando en algunos casos a quinientos habitantes o más, las cosas empezaron a complicarse. Hacía falta alguien que se relacionara con los Dioses, una especie de intermediario, un cura, vamos; quien se preocupara de que no hubiera peleas entre la gente, policía, ¡mucha, mucha!; alguien que los guiase en las razzias para conquistar más territorio o defenderse de las de los vecinos, los generales y sargentos; quien impartiera justicia si alguno de aquellos obrase mal, la mafia judicial; quien trajera el agua, arreglase los caminos o construyera puentes que resistiesen siquiera una crecida, «los fontaneros del poder»... En los inicios de los pueblos, la mayoría de estas funciones recaían en la misma persona, el cura, que con eso de que estaba a buenas con Dios y era casi infalible, resultaba casi siempre el más adecuado. Nunca, eso sí, trabajaba con sus manos, que ¡hasta ahí podíamos llegar! Estas cosas sucedieron hace más de diez mil años y uno, ¡claro!, habla de oídas. Lo que os he contado lo podéis ver en cualquier libro de historia o de arqueología, pero yo os lo he resumido y no tengo duda de que lo he hecho más ameno. El hombre es el animal social; es cierto que muchos otros también viven en comunas, pero nunca tan grandes y muchos de ellos prefieren estar solos, porque, ya se sabe, «el buey solo bien se lame». Andando el tiempo, cuando los pueblos se convirtieron en pequeñas ciudades, todo este embrollo se complicó y nació una especie de liturgia en torno al Poder (que nos ha llegado hasta hoy, maldita la gracia) separándole cada vez más de pueblo. Nació la Monarquía y, demostrado que ella es casi siempre corrupta y despótica, el pueblo decidió poner algunos límites, cuando no derrocarla. Sucedió en Atenas, que hartos de que alguien gobernase como le daba la gana en nombre del pueblo, creó un entramado que lograba que los que mandaban no pudieran hacer lo que les daba la gana, dando voz a todos los habitantes con «derecho» (cabezas de familia) para lograrlo. Había nacido la Democracia. Sucedió en Atenas porque era la ciudad más cosmopolita de Grecia y, seguramente, donde había gente más culta. Pero eran pocos, a lo sumo treinta mil. Se conocían, por tanto, todos y cada uno sabían de qué pie cojeaba el vecino. La Democracia sólo es perfecta en esas condiciones. A medida que se amplía, da lugar a toda suerte de componendas y manipulaciones. Aquí, en los pueblos de León, nació en la edad media una institución que es, sin duda, lo mejor que ha dado nuestro pueblo a la convivencia: el Concejo, que está unido por un cordón umbilical indestructible a la Junta de Vecinal, o sea, de vecinos, hoy en día absolutamente democrática porque no sólo pueden acudir a los Concejos los «cabeza de familia», hombres, sino también todas las mujeres. Una institución con la que no logró acabar ni Franco, está ahora en entredicho por parte de la Junta de Castilla y León, que no ceja en sus empeños para destruirla. Uno no sabe por qué ese afán, ya que es fundamental para el buen gobierno de los pueblos. Cuando existe un asunto de importancia y trascendencia en la vida de un pueblo y se convoca un Concejo para tratarlo, la respuesta de la gente es siempre llenar la sala donde se reúnen. Sucedió en mi pueblo el domingo. Lleno hasta la bandera y participación (en forma de preguntas) de mucha más gente de lo que deseaba el estómago de muchos, ya que se terminó a las tres de la tarde. Y no se trata sólo de luchar por la institución democrática, no. No olvidemos que esa Junta de Vecinos es la administradora de los vienes que tiene el pueblo (terrenos comunales, montes, majadas, etc.) y que no son, en muchos casos, desdeñables, y más en nuestra provincia.

Este régimen asambleario, por llamarlo de una forma moderna, no tiene nada que ver, cree uno, con el que se organizan algunos partidos políticos. Esas asambleas están «teledirigidas», para mayor desgracia y se adoban de manera que siempre salgan adelante las tesis del líder. Uno, que ha asistido a alguna asamblea que otra, ha visto cómo el pueblo soberano (no olvidéis aquello de que «la voz del pueblo es la voz de Dios») ha rechazado las propuestas de la Junta Vecinal y se han quedado tan anchos. Y tan felices. Además, para los cargos elegidos es una bicoca. Si se mete la pata con las decisiones adoptadas, pueden echar la culpa al populacho.

Salud y anarquía.
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