As de corazones

07/09/2021
 Actualizado a 07/09/2021
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Sabe amargo el cortado que pedías cada viernes, aunque te hubiera encantado compartirlo con una garganta que ya había decidido sepultarse en la enfermedad. Amargo y dulce al recordarte a cada sorbo. El hombre de los corazones en los ojos y del hilo de Mar compartido con el alma. El cardiólogo enamorado de su Isabel y de la vida, porque sabía lo que costaba un palpitar. El médico de guiño amable que Ponferrada adoptó, decidió volar. Bueno, decidió dejarse hacer, porque Vicente no quería más allás. Le bastaba con el acá cargado de nietos que ver crecer, con las mañanas de pinchos que no poder comer, escritos a tiza en una pizarra cutre, con los que ahora buscaba salivar, solo por encontrarse en esa sensación. Con los paseos hasta La Encina para verse en el espejo de silencio en el que cada verano ahondaba con los monjes de Silos y los libros. No quería más allás el doctor que el acá de los suyos en un Bierzo de abrazo, a ojos cerrados, acariciando el musgo y regando cada flor con doctrina de jardinero. Vicente no pedía, solo daba. Y su sonrisa queda tatuada en los rincones benditos, ahora que ha decidido desnudarse de cuerpo. No hay cura para la pesadilla de tu marcha. No la hubo para hacer que te quedaras, tú que la encontraste para tantos. Hay latidos con tu firma y pálpitos que te echan de menos. Hay una bici de ciclo vacía y un chiste malo sobrevolando que mejorabas solo con pasarlo por el tamiz de dos palabras pícaras. Y un te quiero apretado que recuerdo como una despedida temprana que no quería dejar nada por decir. Tengo un diccionario de curiosidades con tu letra, electros que mimabas. Tengo de cabecera tu teología por encima de mi ateísmo y un círculo de amigos ahogados en lágrimas. Pero sobre todo tengo la sensación de no poder dejarte ir, porque los viernes de café sin un cardiólogo infartan de tristeza.

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